viernes, diciembre 21, 2007

SERRAT

Recuerdo mi adolescencia tratando de imitar ese tartamudeo, ese tono cerrado al hablar estirando como una pregunta la última vocal, y ese conversar de cosas comprometidas, ese temblor demuele almas al cantar, esa sonrisa. Recuerdo unas gaviotas y la palabra “lar”, las camisas amplias y ese titiritero; El pelo largo, la guitarra y el hablar entornando la cabeza. Ese era mi sueño de adolescente, mi modelo, mi espejo, mi ojalá. Soñaba un teatro a localidades llenas y emocionarlos... soñaba... Aunque aquí vale sincerarse: no se por qué hablo en pasado, yo sigo soñando con eso, que va a hacer usted. Lo sigo soñando aunque ese sueño sea cada vez más duermevela. Porque antes que escritor, humorista u hombre de radio mi deseo más íntimo y profundo sigue siendo unir versos y acordes en plan de juglaría: artísticamente, nada me pone más la piel de gallina ni me refleja más que cantar. Aún sigo queriendo ser Joan Manuel Serrat, para ser más claros.

Si, Joan Manuel Serrat, ese tipo mezcla de dueño de bodega que no deja de ser el noi del Poble Sec, el tipo que con su marchamo un poco flamenco y cien por ciento catalá, formó parte de mi vida desde la infancia más niño. Quién sabe si este hombre sabe lo que ha influido en los millones de hogares anónimos donde alguna vez sonó. De niño, en los albores de la nueva democracia y tan poquito después de que mi viejo muriera, mi Vieja lo escuchaba en esos cassettes que surgían como agua por todos lados con las libertades nuevamente libres. Yo a mi modo sabía apreciarlo, aunque lo confundía con Víctor Heredia. Serrat era ese tipo de camisa blanca, y cejas renegridas que cantaba como si fuera el último día y hubiera que lanzarse a disfrutar porque la vida es corta.

Todavía hoy, con mis 26 años a punto de vencer lo sigo escuchando, y me sigue poniendo la piel de gallina de la misma forma. Y admito que lamento tanto, tanto, tanto no haberme dedicado a la música, siempre tengo un lugar para el luto de saber que nunca voy a compartir un escenario con él, que nunca me citarían para cantar en un homenaje a su persona en algún teatro español (y que si lo hicieran quizá no me animaría), que nunca me sacaran una de esas fotos hermosas donde Serrat sale de espaldas y todo el público de frente… que esa vida aparentemente hermosa del juglar solo voy a poder sospecharla, que esa musa un poco prima suya, hace mucho que no me viene a visitar.

¿Qué diablos viene a ser este sentimiento?¿Será un sueño de infancia que perdura caprichosamente como una astilla?¿Por qué cada vez que lo escucho a Serrat en un recital, se me llenan los ojos de lágrimas cuando pienso que no estoy ahí, en el proscenio? Y no hablo de fama, hablo de estar ahí, de la emoción de ver mi canción pariendo más viva que antes nunca en la fertilidad de cada boca, hablo del telón y las bambalinas; de recital, de ovación, de hacer el bien así tan sencilla y cotidianamente, nada más.

Con el tiempo fui resignándome a mi propia imposibilidad de concentrarme en algo, esta tristeza es hija de todas las cosas que empecé y nunca terminé. Y eso que, si hay algo solidario en mi vida han sido las puertas y las ventanas. Pero no supe o no quise. Hoy ya es tarde.

Recuerdo la primera vez que oí Pueblo Blanco, fue en un recital en vivo al que asistí en el gran Rex, me acuerdo el frío por la piel, la emoción en la garganta, la muda sorpresa, el absorver cada segundo y cada detalle de esa puesta en escena, el sentir cada verso tan increíblemente vivo y tocándome el alma con la yema de los dedos, la emoción de saber que yo también quería hacer algo tan majestuosamente hermoso.

Si algún adolescente con inquietudes similares está leyendo esta nota cuasi póstuma, le pido que no deje pasar los años como si nada pasara, la juventud es peligrosa más por lo calladamente que se va, que por los excesos que pueda albergar. No lo digo por sentirme viejo, muy al contrario, pero es necesario ser muy conciente de qué sueños uno quiere cumplir y cuales no; que hay cosas que quizá nunca se puedan realizar y que eso va a doler mucho, muchísimo. Pero, y atenti con esto, por favor: es peor el dolor cuando ni siquiera se intenta llevarlas a cabo. Nos han enseñado a no luchar, a que las cosas vienen siempre de arriba, como si los logros personales dependieran del ánimo del dueño del maná. Y eso no es así, (y ahora te hablo directamente, en primera persona) porque ya estamos en confianza: las cosas que valen la pena hay que pelearlas, perseguirlas, defenderlas. Jamás vendrán a buscarte para caminar si te ven siempre sentado, o mejor: nunca nadie te va a responder si estas siempre callado, porque como dice el maestro Atahualpa Yupanqui: no debe quedarse callado el que quiera ser Feliz.

Permiso

El Noi

viernes, noviembre 02, 2007

Vida de Cándido Galotta, el mago del carácter

En esta época de super estrellas de consumo masivo e hipermediáticas, de películas con presupuestos de Estados y súper efectos especiales, nos es grato recordar la figura de Cándido Galotta, “El Mago del Carácter”. Nació en 1910, en el seno de una familia italiana de botelleros afincados en Mataderos. Tuvo una infancia muy dura, tal como pareciera marcar cierta regla del artista. Fue el vigésimo quinto hijo de los Galotta, fruto de un embarazo no buscado, como sus veinticuatro hermanos anteriores. De hecho vivió, según sus propias palabras, siempre confundido con algún otro hermano: sus padres insistían en llamarlo “Goyo”, “Luis”, “Marcos”, “Mirna”, o “Esther”. Muchas veces incluso recibió castigos que no estaban destinados a él, como cuando fue acusado de manchar las sábanas con la menstruación, sin ir más lejos. Sin embargo, antes que todo lo anterior, dolido dirá que su verdadero tormento fue la insistencia de su abuela en llamarlo “este chico” y la posterior pregunta: “¿quién es?”. Podría sospecharse cierta piedad en la pluma de Dios al dictar que, a sus ocho años, Héctor se perdiera en una plaza, un domingo de enero. Nadie lo buscó: ya no solo era un embarazo no buscado, ahora también era un niño no buscado. No deja de ser importante destacar aquí la reflexión de Ceferino Martín y Martín, comentarista de cine: “es llamativa la parábola psicológica que la vida le impuso: siendo un niño perdido, se dedicó al noble oficio de la actuación, que es siempre una búsqueda”. Así,nuestro actor terminó con su suplicio... y empezó otro, al entrar en el circo de los afamados payasos Romeu y Carles Salvat, (llamado “El payaso de la ostia”, porque era cura, y por su costumbre de golpear a la gente). En el circo, Galotta aprendió con sangre el arte de los saltimbanquis y los equilibristas, un poco por el mal carácter de Carles, que lo azotaba regularmente, y otro poco por las caídas: de hecho, en uno de sus accidentes más graves, adquirió la extraña destreza de tocar el nudillo de su meñique con la yema de su pulgar. A los 17 años, dejó la vida circense (“ese infierno”, según su decir) para ingresar en el conservatorio. Tan maltratado por la vida ni soñó que, con ese decisivo paso, estaba ingresando por la puerta grande del éxito y el reconocimiento como actor. Quizá porque el conservatorio era de música o quizá porque la puerta del mismo era demasiado pequeña. Rubio, alto, con estampa de galán, una tarde cruzóse con Eraclio Puffi, famoso productor de cine de la época (conocido como “El ojo”, porque era tuerto). Sin embargo las promesas de trabajo no prosperaron y los primeros años en el mundo del cine le depararon vacuos desempeños como extra y extensas hambrunas. Así, se lo puede ver en fugaces intervenciones como “estatua” y como “farol”. Recién después de mucho pelear obtuvo su primer papel animado y su primer bolo: hizo de perro y hacia el final del largometraje le tocaba decir “guau”. Tanto sufrimiento, habría de tener su recompensa: a los 26 años, en una película que hacía de mozo de bar, el director Severo de Ochoa se encontró en la difícil situación d reemplazar al viejo actor Nildo Ferrer, que había fallecido en pleno rodaje. Allí Galotta vio la oportunidad y habló con el director hasta hacerse con el papel. El resultado fue impactante: con toda su juventud, consiguió componer a un anciano tan creíble que el mismo director se refería a él como “a ver, abuelo” a la hora de indicarle algo y hasta le cedía el asiento de dirección, si lo hallaba cansado. Por este papel ganó el premio “Corpacho de Fierro”, aunque alguien tuvo que retirarlo por él ya que, al verlo tan joven, los organizadores no lo dejaron pasar. De estas formas nuestro actor empezó a hacerse un nombre en el mundo del cine, ese nombre que su familia le birlaba en su niñez, con la terrible daga de la indiferencia. Es lícito, entonces, señalar que, siendo de niño siempre confundido con un tercero, buscó la fama para ser reconocido en su identidad. Muy a su pesar, sin embargo (y a pesar de ser una celebridad) jamás el populacho reconoció su rostro. Porque claro, lo que lo hizo célebre fue su capacidad para parecer otro, nunca la combinación de sus rasgos propios. Para colmo de males: era muy parecido a Luis Federico Leloir y todo el mundo lo confundía con el prestigioso científico. II Su vida privada Galotta estuvo casado tres veces. En dos ocasiones con la misma mujer, Elida Fiorio, quien -hasta la muerte del actor- jamás supo que estuvo dos veces con él: en el primer enlace lo conoció como rubio, alto y buen mozo y en el segundo como un estrambótico magnate griego. No tuvieron hijos y las ocasiones de divorcio fueron las dos veces la misma: Galotta simulaba ser otro para ver si su mujer le era fiel, pudiendo en ambas ocasiones confirmar sus sospechas. Durante años tuvo amoríos complejos con muchas mujeres a la vez, siempre con su costumbre de hacerse pasar por otro. Por esto no se puede saber a ciencia cierta el número de amantes que tuvo: porque es más que probable que ni ellas supiesen que estaban con el actor. Esto impide, además, que se conozca la real cifra de la descendencia de este camaleón de las tablas. El Amor de su vida fue la rusa Isvenia Clorovetkaia. El matrimonio fue una matriz infernal marcada por la inseguridad y desconfianza de Héctor que, pasados los años, había tornado enfermizos sus celos. Así es que se le solía aparecer a la pobre mujer en todos lados disfrazado de otro para ver si lo engañaba. En el momento de la charla en que él creía q la fidelidad de Isvenia podía flaquear, revelaba su verdadera identidad a los gritos. Fueron veinte años de martirio según palabras de la mujer, que terminó sus días en un instituto creyendo ver a su marido en cada persona que le hablaba. Con esta última esposa tuvo cinco hijos con quienes casi no se habló hasta entrada su vejez: los nietos fueron un puente que volvió a unirlos, aunque con cada uno se mostraba con una apariencia distinta. III La carrera A pesar de que podamos tildar de ruinosas su vida privada y su personalidad, debemos apelar a Marcel Proust que sabiamente recomendó separar el yo cotidiano del yo creativo del artista. Por eso es necesario olvidarnos del hombre para poder apreciar la verdadera dimensión de este artista notable. Entre sus papeles más recordados podemos citar cuando a sus 27 años hizo de Sarmiento moribundo en la película “¿Qué próceres llevaban los billetes de antes?”; su doble interpretación a los 35 en el drama “La voz de la libertad es un clamor de cadenas rotas” donde hizo de un pigmeo africano de mediana edad y de un explorador inglés a punto de jubilarse; su sobresaliente performance cuando, con 70 años, hizo de adolescente en la tira diaria “Wow, tengo 15” y esa especie de final del juego ya pasados los ochenta, con “Yo nunca tuve triciclo” (una película que muchos tildan autobiográfica), donde se dio el gusto de dirigir y actuar: no es casual que el personaje que se reservara fuera el de niño protagonista. Aquí llegamos al punto de inflexión que vuelve notable su carrera: acorde fue envejeciendo, sus papeles siguieron el camino inverso. Así, en 2000 (cuando se lo creía retirado y a sus 90 años), Héctor hizo de bebé en el filme “Los amaneceres son un atardecer al revés”, papel que le valió el premio William, y que fue a retirar -graciosamente- en un carrito tirado por su nieta. La muerte, según Manrique, es el mar al que va a desembocar el río de nuestra vida. En el caso de Galotta que, quizá como ningún otro actor supo tener muchas vidas y por ende muchos ríos, el morir vino a ser estuario donde se unieron todos los cursos de su existencia, esas aguas donde se mezclaron la realidad y la ficción fundiéndose en un solo espejo. Por eso, él, que acorde fue envejeciendo fue rejuveneciendo sus caracteres, encontró la muerte una tarde de marzo de 2005, enfermo de falso crup, según testimonio de un médico pediatra. Aunque viendo su facilidad (y manía) de contaminar con su trabajo su vida personal, también deberíamos dudar de su muerte.

miércoles, octubre 03, 2007

Otra de El Diestro

“Cuando las mujeres lleguen al poder será terrible, porque llegará la cuarta guerra mundial” disparó el Diestro con total frialdad, casi al descuido, desinteresadamente, pero con esa malicia tan sui generis. Me la vi venir enseguida, por ese tono sentencioso, fatal como el sonido del cascabel que precede a la aparición de la víbora. Aparte, me di cuenta que deliberadamente había dicho “cuarta guerra” tratando de revivir una vieja polémica que habíamos tenido, pero me cuidé de pasarlo por alto.

-Bueno, no es que sea feminista ni pollerudo, pero bien sabrás que bajo el gobierno de los hombres, ha habido matanzas , hambre, desmanejos gravísimos, guerras mundiales, no veo la diferencia

-Es distinto Noi, eso es una cuestión del poder que, como una espada de Damocles pende sobre la cabeza del hombre. Es una cuestión de factores financieros, presiones políticas y lobbys de toda índole, que golpean sobre el hombre gobernante. En el caso de la mujer es distinto, si llegaran al poder sería desastroso.

Le pregunté por qué, como siempre: solo por curiosidad

-Porque en el caso de la mujer, las presiones le vienen desde dentro y no son ya factores económicos ni políticos, sino sombras de su yo que la conminan a ser así

-¿Estás diciendo que las mujeres estarían locas?

-No, locas no, pero acordate que una vez por mes les viene la menstruación...

-Eso es una boludez- le respondí al tiempo que levantaba la mano y la tiraba hacia atrás como si arrojara algo.

-Cree lo que quieras, pero acordate de lo que te estoy diciendo: la mujer no podrá nunca ejercer el poder sin caer vencida por ella misma.

Otra vez el delirio, pero lo peor de todo es que este tipo salta con cosas tan inverosímiles que su propio atractivo reside justamente en como tiñe de verosimilitud las ideas más absurdas.

-Mirá es sencillísimo, como te decía antes: el hombre falla en el poder por cuestiones externas a su yo interior, en cambio la mujer fallaría justamente por su orgánica, por su naturaleza...-hizo un ademán y siguió:

-Imaginate un mundo hipotético donde todos los cargos formales de gobierno y management estuvieran en manos de las mujeres. Pero ojo, no como ahora que cuando llegan al poder se masculinizan, sino un mundo donde las mujeres que gobiernan no dejan de ser mujeres.... Un mundo donde el hombre ni siquiera esté al mando de la casa, sino relegado a segundos cargos en las oficinas y en las porterías de edificios (porque la mujer cuando llegue al mando ni siquiera relegará el control del hogar) ¿Me seguís?

-Sí, loco, dale, dale

-Ah, como ví que tenías los ojos cerrados...- Ni siquiera me molesté en excusarme, se muy bien que mientras le presten atención, al Diestro no le importa nada más. Continuó:

-Bueno imaginate entonces que hay un conflicto entre Francia e Islandia. Ambas presidentas se han reunido varias veces siempre tratando de ir vestidas una mejor que la otra. Y no solo ellas, sino las secretarias, las ministras... Agregale a todo esto que en el lugar donde siempre se reúnen hay un edecán, un hombre, y para colmo fachero.

Asentí con la cabeza al ver su pausa.

-Bueno la cuestión es que ambas creen que la otra está mejor vestida. Hay como un odio subterráneo entre las dos ( porque acordate lo competitivas que son), que sin embargo se pierde entre todo el ceremonial. Así están las cosas hasta que una mañana a la presidenta de Francia le viene la regla.

Tomó un poco de cerveza y continuó:

-Para colmo de males, viene una secretaria (porque jamás habrá asesoras en un mundo de poder femenino) y le muestra un cable donde consta una declaración de la presidenta islandesa diciendo algo que a Madame Le Président no le gusta. La secretaria también está menstruando, es más: todas las mujeres del palacio de gobierno están igual (porque viste como es eso de que donde viven muchas mujeres juntas el período se le alínea a todas parecido).

Solo por descolocarlo le tiré un chiste guarro:

-Una marea roja, che... ¿me vas a decir que cuando menstruan se vuelven comunistas?-. Me reí solo de verle la cara de fastidio, que jamás sabré si era por el chiste o por haberlo interrumpido

-Lo que te digo es que la presidenta francesa, impulsada por la sensibilidad extrema de su estado, dice “¿ah, sí? Ahí va a ver esa chirusa” y agarra y le tira una bomba atómica a Finlandia. Y de ahí a la cuarta guerra, hay un paso, uno de tacos altos.

Un par de parroquianos se dieron vuelta con cara de sorpresa y evidentes ganas de preguntar, pero no se animaron. Directamente uno fue y puso Crónica a ver si decían algo.

- Pero eso es un delirio Diestro! Vos al final sos del siglo XIX! Vos sabes que en la Constitución de 1853 a la mujer no la dejaban votar justamente por eso... las trataban de incapaces...

-Porque se la veían venir, chabón. Por eso. La mujer es muy sensible, pero muy.¡ Y competitiva!¿ Vos te pensas que el Sistema ahora las acepta porque reconoce sus derechos? No, loco, lo que pasa es que la personalidad y la naturaleza femenina es funcional al Capitalismo. Decime una cosa, pensá: cuál es el valor principal del capitalismo?

-La libertad de mercado- respondí.

-Y según la teoría liberal,¿ como regula el mercado su funcionamiento?

-No sé.- dije solo por romper su método socrático.

Me miró y le brillaban los ojos de impaciencia y algo de codicia, como si estuviera por decirme una verdad revelada:

- El Mercado, Noi, regula su funcionamiento a traves de... La Competencia. La libre competencia entre empresas, capitales, productos... ¿Y las mujeres que son? Competitivas, competitivas al mango, chabón. Están siempre pendientes de su imagen del que dirán,de no meter la pata... Pero no es por culpa de ellas, mucho tiene la sociedad que no les perdona un error. Mirá te doy un ejemplo: a un hombre orinando en la vía pública, atrás de un árbol nadie le dice nada, es más hasta lo justifican. En cambio una mujer orinando en la vía pública recibe el escarnio de sus congéneres, la condena lisa y llana. Te digo más creo que Alfonsina Storni no se quiso suicidar en el mar, sino que como tenía muchas ganas de hacer pis y no había ningún baño cerca, se metió al agua para que ninguna la viera orinando en la arena y se la terminó llevando el agua...

Juro que esa última teoría me agarró de improviso. Fue como si alguien me tirara un vaso de agua fría a la cara. No lo pude tolerar, tenía mucho trabajo atrasado y mi tiempo libre no quería gastarlo escuchando ese disparate. Así que me levanté, dejé cinco pesos para pagar la cerveza y me las tomé sin decir ni chau.

Entonces, cuando estaba por salir del bar, escuché su voz otra vez que decía:

-Sí si, vos andate, pero pensalo y vas a ver que tiene su lógica.

miércoles, septiembre 12, 2007

La Guerra del Perro... Capìtulo 3

“Siempre me atrajo la hoja en blanco

Igual que los atardeceres y las ventanas”

Rulfo se quedó mirando los versos que flotaban en la hoja: todo esto del perro lo tenía casi exaltado. De pronto sentía que la musa tuerta y de rimas gastadas que, por las noches de su juventud soplábale versos para las compañeras del partido, había vuelto. Él, quizá con el mismo delirio que le vendía al Quijote una vieja por una Dulcinea del Tobozo, veía cantos sublimes en sus poesías cachuzas y mediocres, más propias de la prosapia de los que se hacen llamar “poetas de Buenos Aires” y se pintan el bigote, que de un verdadero Machado.

En los años de su Juventud, lo que pagaba era caminar por la calle con cara de soñador, con un libro de algún poeta bajo el brazo o leyéndolo. El llevaba siempre un Neruda, Paco Urondo no, porque era Monto y menos que menos Gelman, porque a decir verdad no le entendía un carajo... igual que a Urondo.

Rulfo no era precisamente un combativo; nuestro Hombre era alguien que había recalado en el partido por lo mismo que muchos camaleones como él: había buenas minas. Y él, con su facilidad de palabra, se había aprendido muy bien el discurso, decía lo que quedaba bien, y así encandilaba a las muchachitas nuevas que caían embelesadas por su discurso de Che de Remera. Pero ojo, no solo estaba por el levante, sino también por moda, el discurso de izquierda quedaba bien y “revolución social” era una marca con más pego que Levi’s. Él era uno de esos que abundan en toda época: adhería a esos bellos follajes solamente por el color de las hojas, por eso, ni bien arreció el otoño, hizo mutis por el foro y no vaciló en cambiar de rama.

Esa noche cuando se acostó, recordó a su fitito descapotable, y a Glenda, a Carmen, a Mirna (esa q ahora era diputada) y a cada una de las compañeras del partido que habían pasado por el asiento de atrás de ese coche. Entonces, mirando luego a su perro (que seguía desmayado) y luego a la constelación de hongos del techo de su cuarto, dijo “Venceremos”, y se quedó dormido, dejando al televisor monologando un Manchester City – Old Trafford del día anterior.

Eran las diez de la mañana, cuando volvió a llamar a la señora pidiéndole imperativamente que aceptara a Chicho (Trotskyto). Como Pedro, la señora negó tres veces, solo que en otro horario y dos mil siete años después. A través del tamiz del teléfono, su voz le resultó idéntica a la de su madre y su desprecio, multiplicado por mil. Le dolía ese margen al que la vida lo relegaba siempre, lo torturaba sentir ese desprecio materno manando de cada boca de mujer que había pasado por su vida. Su madre había muerto antes de que él pudiera decirle nada, todas sus tías (inclusive Nené) habían muerto sin regalarle unas palabras de redención, y lo que es peor: sin darle chances de vengarse, y sin herencia. Pero esto no era una cuestión de plata ya, poco importaba la casi diaria interpelación de las acreencias: a través de la vieja, creía poder hacerse de la justicia que su corazón reclamaba.

“Raquel ¿me acompañás mañana a llevar un perro de la calle a su dueña?. Rulfo empezaba a mover sus fichas y esta vieja, prima suya, que vendía La Solidaria en una esquina de Belgrano y que participaba en algo parecido a MAPA, le pareció un peón torre rey.

“Sí, claro” y en la voz se notaba la tácita pregunta “¿por qué hace falta que vaya yo?”

“Mirá Raquel,, ando con una bronca. ¿Sabés? el otro día vi como una señora echaba a la calle a su perrito... lo llevé conmigo para curarlo y ahora la dueña –se cuidó de no decir vieja- no me lo acepta porque dice que no es si perro... ¿Sabés lo que debe ser para el pobre animalito esta situación? Denigrante Raquel, denigrante, ya no se donde vamos a parar. Si viera las fiestas que el perro le hacía a la mujer! ¡el brillo de esos ojitos! Estamos todos locos?No se què hacer... Es la segunda vez que voy, necesito que me acompañes para que recapacite, me insulta, me dice que me va a denunciar, me cierra la puerta en la cara”.

Eso le tocó la moral a la mujer, le extrañaba que su primo (que siempre le había parecido un inmaduro) ahora sintiera tanta desdicha por un perro de la calle... Sin embargo, algo había echo que él también sintiera ese apostolado canil, esa opción por los pobres (animales) y mirando el San Cayetano de plástico sobre la heladera se dijo que lo iba a ayudar

“¿Cómo que te insulta?, le preguntó.

Rulfo interiormente supo que había picado y reforzó su dialéctica con malevolencia: “Me dice que soy un belinun (en realidad me dice más fuerte, pero me da pudor prima) igual que todos los que nos dedicamos a cuidar a los animales... Dice que somos unos inoperantes, que nos interesamos en los animales porque no sabemos ganarnos el afecto de la gente...” Había veneno en esas palabras: Rulfo estaba haciéndole decir a su adversaria las cosas que realmente él pensaba de su prima y que nunca le había dicho. “Yo necesito que me acompañes, pero a hablar con ella, no a llevarle al perrito... No se si pueda aguantarlo pobre animalito, lo tengo en una veterinaria, un dálmata precioso, mirá...

“Dalo por hecho, voy a ir con Araceli, la señora de las polainas”

Total que se pasaron los datos y al día siguiente estaban Rulfo, Raquel, Araceli y una señora con un saco verde tejido con flores rojas, que nadie sabía como se llamaba pero que era de la asociación. “Vos dejanos a nosotras, primo, esta señora quizá se guíe por tu aspecto, pero no ve tu corazón” le dijo mientras tocaba el timbre.

Abrió la puerta la anciana y Raquel, acomodando la carpeta de cartón que siempre llevaba se apresuró a hablar:

“Señora, tenemos que hablar con usted, somos de una asociación de defensa de los animales y un gran amigo nuestro tiene a su perro, pero dice que usted no se lo quiere aceptar”

“No, por Dios, no me diga que el vago ese las mandó, pretendía darme un perro que no era el mío”

“Perdón pero el perro que él tiene es el suyo”

La dueña de casa hizo un ademán de violencia, evidentemente tenía poca paciencia: “No señora, usted no va a venir a decirme lo que vi, decir que esa rata era mi perro, sería como decir que usted es Brigitte Bardott porque cuida animales, no tiene sentido”

“Señora, yo no seré Brigitte Bardott, y entiendo que estaría muy cambiado, pero decir que ese perro no es su perro es tan disparatado como decir que usted es Dante Caputto por los bigotes que tiene”

Estocada terrible. Rulfo escuchaba y se deleitaba, sabía que una discusión entre mujeres una vez empezada no tenía final, podía tener intervalos pero nunca jamás terminaría, ni siquiera con la muerte de una de las partes. La vieja cerró la puerta y volvió con un porta retratos de su perro dálmata...
"Mire, señora, este es Chicho", remarcó lo de Chicho y agregó irónicamente con ampulosos gestos de los brazos: "un dálmata: grande, blanco, con manchas negras y hocico alargado, mmm? El señor me trajo un perro de la calle todo sucio, sarnoso, con las patas chuecas y cortas, con canas en el hocico y y los dientes de abajo salidos para afuera... Dígame usted como se sentiría si se le pierde un ovejero y un idiota se empecina en devolverle un perro salchicha!

La señora de las polainas tratando de intervenir dijo con su acento madrileño:

“Señora, no me va a decir que en su fuero íntimo, en su psicología más interna usted no siente remordimientos”

“No, porque la ociosidad es la madre de todas las psicologías” respondió citando a Nietzche la dueña, y se hizo un silencio, un rato largo.

“Usted se hace la digna señora y seguro que es una puta” sentenció la señora de saquito verde, sorpresivamente, rompiendo la veda. Detrás de sus anteojos culo de botella se adivinaba una mirada de fiereza. Fue como un balde de agua fría, para las otras dos activistas, incluso Rulfo tuvo que hacer esfuerzos para no reirse... Interiormente se restregaba las manos y se volvía a asegurar que esa guerra no tendría Conferencia de Yalta ni Bomba de Hiroshima.

“Miren digan lo que quieran, ratas crueles, pero ese no es mi Chicho”, dijo y le tembló la voz. Cerró dando un portazo. “Váyanse, a la puta que los parió o llamo a la policía”, agregó desde dentro.

“Señora esto no termina acá, usted tiene el DEBER de aceptar a ese pobre animalito de Dios, ya va a tener noticias nuestras, llame a quien llame” dijo Raquel que, sin dejar pasar un minuto empezó a llamar amigas y a gesticular y a sonreír y a levantar los puños. Algo estaba organizando.

Tres horas después, veinte viejas batían pequeños carteles de cartulina y gritaban consignas a favor de la aceptación de Chicho. Rulfo no lo podía creer, era un conato de pullóveres chillones, medias de colores y zapatillas de abrigo. Por momentos temía que el asunto se estuviera yendo de sus manos y se arrepentía de haberla llamado a su prima. “Vos dejame a mí” era toda la respuesta que recibía. Sentía que estaba perdiendo protagonismo, ninguna de las manifestantes le respondían y también creía ver en ellas ese desprecio maternal, incluso en su prima. Aunque ese estar de las cosas también le daba margen de escapar si la cosa se ponía fea... Tenía que hacer algo urgente, la policía había caído dos veces a advertir y era muy probable que volviera a caer... Los vecinos se acercaban y hablaban con Raquel, no con él, y esta era su venganza, la que había soñado tanto tiempo. Un poco contrariado se fue a sentar en un banco de la plaza de enfrente.

Al promediar la tarde, ya había todo una protesta de lo más variopinta, incluso los muchachos de un partido de izquierda de ahí a la vuelta agitaban una bandera del Che y un cartel que decía "Fuera Bush" que se mezclaban con un grabador ignoto que trinaba canciones de Gilda.

“NO PIENSO ACEPTAR AL PERRO VÁYANSE DE MI VEREDA VIEJAS DE MIERDA!!!” , se escuchó gritar desde una de las ventanas y un huevo surcó el espacio aéreo de la protesta, cayendo muy cerca de la señora de verde. Pronto toda una suerte de proyectiles se avalanzó sobre la ventana desde donde parecía venir la voz, incluso un corpiño enorme que quedó colgando de un árbol.

“¡¡¡¡NO TENÉS MADRE, BIGOTUDA!!!!” gritó la masa. Habían pasado ya más de seis horas de protesta y tenía que hacer algo, cada vez más vecinos y curiosos se acercaban ante tanta maroma y hablaban con Raquel. Desde su lugar en la plaza de enfrente a Rulfo todo le parecía una manifestación por el cumpleaños de Sandro, y esa vereda de lo más rancio de Villa Devoto, de pronto era Banfield... Sin embargo Rulfo no era el Gitano, sino un ignoto marido. De pronto, Raquel gritó:

“SI NO ACEPTÁS A TU PERRO ME ENCADENO A ESTE POSTE!!!!”

Rulfo se paró para ver mejor. No supo como aparecieron las cadenas, pero ahí estaban, dos mujeres enroscaron los eslabones al poste. Todas la aplaudían, un rato después volvía la policía intentando desencadenarla y deshacer la protesta, pero las mujeres formaron cuadro. Los chicos del partido de izquierda y una agrupación piquetera que había llegado hacía instantes aprovecharon para tener su octubre rojo, a pesar de que no entendían bien las razones por las que peleaban y se armó una batahola de forcejeos y palazos. Los policías tuvieron que resignarse a formar un cordón alrededor de la manifestación debido al repudio de los vecinos que veían una injusta batalla con reminiscencias a las protestas de los jubilados en los noventa. Cuando se hicieron las siete y media de la tarde varios medios habían caído a la escena.

Pasaron varias horas más, al caer la noche dos fogatas en las esquinas refulgían en los adoquines colorados de la calle. En la plaza de enfrente Rulfo observaba todo con las manos en los bolsillos y gesto de frustración. Era un mero observador, la cosa se había aliviado un poco, la mayoría de la gente se había dispersado, salvo el nucleo duro de la protesta. Alguien habia escrito con aerosol "libertad a Cacho Bonetti, luchador social" en la vereda de la vieja. Seguían cayendo curiosos y un móvil de Crónica documentaba todo.

Entre tanta cosa apareció una mujer de trajecito celeste y medias de red blancas, era Mirna, ex compañera suya en el partido y actual diputada de la ciudad. Era mejor que no lo viera: en su momento él la había dejado por otras dos camaradas que estaban mucho mejor. El banco de la plaza estaba tornándose incómodo y se acomodó un poco; la vio hablar con Raquel airadamente mientras asentía con la cabeza. Su prima lo buscaba con la mirada. Entonces Rulfo se levantó y empezó a caminar hacia el coche, se había olvidado de Trotskyto que había quedado inconciente en el asiento trasero. Cuando estaba a media cuadra se paró para ver todo de lejos, era mejor no encontrarse con Mirna. Se lamentó por como había resultado todo, "era buena plata" se dijo, dio media vuelta y se fue caminado despacio rumbo al Dacia.


Fin

jueves, agosto 09, 2007

La Guerra del Perro (capítulo 2)

“Qué quiere” dijo la mujer, sin ni siquiera esbozar un tono de pregunta más si de desconfianza. Se notaba que formulaba la frase simplemente por trámite, que atrás de esa presunta ignorancia en realidad había una certeza, que se transparentaba en la mirada de desprecio que lo seguía recorriendo de pies a cabeza.

“Tengo a Chicho” anunció acomodándose los pocos pelos que le quedaban e hizo ademán de entregarle a Trotskyto, que estaba aún desmayado.

“Mi perro es un dálmata” dijo la mujer con una mirada filosa entre desconfiada e irónica. Rulfo se dio cuenta que aquello era inapelable, era más fácil hacer pasar a su perro por un cobayo que por un dálmata. Sin embargo prosiguió, pues necesitaba la plata:

-“Escucheme, no puede no aceptar a su perro, por más cambiado que usted lo encuentre”

“¿Cambiado? Ese no es mi perro señor” y le mantuvo la mirada...

“Señora, este es Chicho, no me lo puede negar”

“Cómo no voy a poder! Ese no es mi Chicho, mi perro es un dálmata le dije! ¿A usted le parece que guarda algún parecido este cuzquito con un dálmata? Ni manchas tiene!”. Conciente del imposible pero tozudo Rulfo espetó:

“Señora, no quiero pensar que usted no me acepta a su perro”

“No me importa lo que piense, va a tener que entender igual: mi perro es completamente diferente, le agradezco se haya acercado pero no es” y la mujer hizo ademán de cerrar la puerta. Dispuesto a todo, Rulfo tiró un manotazo de ahogado y otro sobre la puerta -Trotskyto bamboleaba la cabeza-:

“Señora, si usted no me acepta a Chicho, voy a entender que usted esta abandonando a su perro y voy a tener que denunciarla por ello”

La mujer quedó congelada, nunca jamás la habían denunciado por nada, pero más la sorprendia que le saltaran con eso..

“Usted está borracho no?" y como si hiciera falta aclararlo agregó: "yo no puedo abandonar lo que nunca tuve, por favor no me moleste” y cerró la puerta.

“Usted lo que no tiene es corazón!” gritó Rulfo. Desde dentro la mujer le respondió:

“Usted lo que no tiene es vergüenza, váyase o llamo a la policía”

“El que va a llamar a la policía soy yo, usted está haciendo abandono en vía pública de un animal indefenso". Ni bien terminó de decir esas palabras, se sorprendió a si mismo, era un caso perdido y tampoco es que fuera tan necesaria la plata. Pero había algo en él que lo hacía querer seguirla esa situación: esa mujer le recordaba a su madre.

miércoles, agosto 01, 2007

La Guerra del Perro (capítulo 1)

Al Negro Fontanarrosa.

"Será posible que algunos tengan tanto y otros tan poco?", dijo, mientras apuraba un pedazo de bondiola mirando el río y, usando una de las pocas convicciones que le quedaba de cuando militaba en el PC, se indignó vagamente. Rulfo era de esos hombres que de a poco había ido cambiando sus dudosos ideales en el banco por billetes más chicos o por monedas. No era precisamente una mala persona, sino alguien a quién, simplemente, el fin de la historia lo había afectado mucho antes que la caída del Muro de Berlín, era más resentido que rencoroso.

Tenía sesenta y cuatro años y por cierta convicción pariente lejana del anarquismo primero y luego porque -lisa y llanamente- jamás le había preocupado, Rulfo aportó nada a la Caja de Jubilaciones y pasó sus años vendiendo importados en el Once, libros para colorear en el colectivo y, finalmente, manejando taxis ajenos había llegado a su actualidad, viviendo indecentemente pero sin penurias; sin pensar que la vejez era algo que no se podía postergar dejando de pensar en ella.

Por su vida habían pasado tres esposas: la primera una compañera del partido que hoy era diputada de la ciudad, la segunda una artesana de Plaza Francia, ligada a la mafia de los hippies y la tercera una empleada del sindicato de taxis (con la que tuvo un hijo), fallecida al caer en un pozo séptico. Según su madre, Rulfo era un bohemio, pero leyendo entre líneas se adivinaba que el término "bohemio" estaba usado como sinónimo de "sucio". Bastaba una rápida comprobación visual para entender esto: La camisa blanca con el cuello rozado, los mismos jeans medio engrasados, los zapatos deslucidos...

Esos días de Agosto lo encontraban viviendo en un departamento mugriento de Lugano, que le había quedado en herencia de su tercer matrimonio, junto con Trotskito, un perrito negro de patas cortas, medio desforme, disfónico y más feo que no se qué. Tan acostumbrado estaba a su vida, que al volver de sus doce horas de taxista no olía nada en especial, cuando lo salían a recibir un tufo hediondo, hijo de más de veinte años de cigarrillos negros, frituras, mugre, olor corporal y humedad.

Ese día había vuelto medio risueño: aunque a su modo se había vuelto uno más, aún seguía manteniendo ese desprecio hacia la clase media tan característico de la izquierda, que lo hacía mirar sarcásticamente ciertas costumbres burguesas, entre ellas esa grasada de escribir en primera persona los cartelitos de perros perdidos, como si fuera el animal mismo quien hablara.

"Mi nombre es Chicho, tengo 14 años y extraño mucho a mi mamá" retumbaba en su mente. "Vieja ridícula…", decía entre risas, "¡Además, pagar esa cantidad de guita por un perro!"… Rulfo sabía esto, porque mientras almorzaba en un carrito de la Costanera, esa mañana, había llamado preguntando cuanto ofrecían, y una joven desabrilda, a la menor insinuación, había resbalado la cifra.

"Es buena plata" cavilaba mientras cenaba un paty medio grasoso con unas papas fritas. "Si pudiera encontrar ese perro" "Ay ay ay" y miraba fijamente a Trotskyto y masticaba y miraba a Trotskyto que jugaba con un hueso de aquel asado de navidad en el sindicato y agarraba unas papas y miraba a Trotskyto… ¿Y si le llevaba su perro y lo hacía pasar por Chicho? No había foto en los afiches, las deudas le apretaban el gañote y perdido por perdido podía así también deshacerse de ese animal que, si bien quería también le traía remordimientos de su última esposa.

“Hola, buen día” dijo a la mañana siguiente “disculpe que la moleste, pero creo que tengo a Chicho” y no dijo más. Lo atendió la misma muchacha y ni siquiera le preguntó cómo era el perro, solo se limitó a darle la dirección, a un par de cuadras de la plaza Devoto.

Rulfo apuró unos mates y salió con Trotskyto. Ni siquiera lo peinó o lo bañó. Uno podría pensar que eso se debía a una cuidada estrategia para hacer creíble que el perro había estado en la calle, pero no: Rulfo no lo bañaba porque no quería. Te digo más: seguramente si el can hubiera podido sorprenderse, lo hubiera hecho gratamente: hacía casi un año que no veía la calle. En las márgenes de la vereda los esperaba el Dacia cachusiento, primo gemelo del Renault 12, que el hijo de Rulfo había dejado cuando huyó de su casa. El viejo, que se había cagado de risa de Jorge Donn cuando se enteró que su hijo se había ido como monje al medio del Tibet, en realidad no podía reírse mucho porque el Fabián se había enrolado como cocinero en un buque pesquero con bandera del Zaire.

El coche corcoveaba cíclicamente con un rebuzno macartista, estaba vencido para un costado, y como la palanca de cambios estaba jodida en la segunda, iba a no más de veinte. Además se le estaban jodiendo los frenos de tanto usarlo como un karting... Hacía un calor de locos y ni pensar en aire acondicionado, si ni siquiera podía usar la radio: el motor zumbaba hipnóticamente, tapando cualquier sonido, inclusive los de la calle. “Maldito coche” dijo, secándose la transpiración y estacionó en la plaza Devoto, si la vieja lo veía bajar de ese auto quien sabe si le abría la puerta. Quizá como un presagio, tal vez como un aviso, cuando bajó del auto Rulfo pisó mierda de perro.

Continuará...

lunes, julio 23, 2007

Yo, nerd

Durante toda la secundaria fui un nerd, pero no por vocación, sino por solidaridad. Puede sonar raro pero es así. La adolescencia, territorio de la rebeldía, exige siempre que tomes partido por una vereda o por la otra. Sin embargo, los noventa de mi segunda década de vida eran los tiempos del fin de la historia, del final de las ideologías revolucionarias, la era del destape, de la captación definitiva del rock por parte del capital con su MTV, su Billboard, sus rankings masivos, su consumismo y su merchandising. Paradójicamente, hacerse el rebelde era estar con el sistema, serlo verdaderamente era algo muy distinto.

Yo, a mis quince, prefería darle bola a “las cosas de viejo” no encontraba mi lugar en la noche, renegaba de los boliches, los tragos y las transas, sentía rechazo por ese mundo oscuro, aunque también debo decir miedo. Si bien estudiaba solo lo suficiente como para aprobar, y no era un alumno brillante, no podía dejar de sentir un poco de desprecio por ese síndrome de manada de mis compañeros. No podía entender por qué decían que el tango es triste cuando todos los sex symbol musicales de mi secundaria hablaban en sus letras de vidas torturadas, amores terminados y grandes dolores. Me daba cuenta que tenían esas opiniones porque la música que yo escuchaba no estaba de moda, pero que si llegaba estarlo iban a ser hasta más fanáticos que yo. Opinaban sin oir, mientras que yo sí escuchaba la música de ellos (estaba en todos lados). Yo me animaba a decir que no me gustaban los boliches aunque no fuera políticamente correcto decirlo.

No lograba encajar en ese mundo, donde mis congéneres rehuían hablar del Amor y se inclinaban en ufanarse de la cantidad de minas que habían besado en una sola noche, ni me esforzaba por intentarlo. Me dolía esa actitud de la gente que cometía abuso de poder sobre los que pensábamos distinto. Esa tiranía de los reveldes que, como todo absolutismo, abusaba de las minorías. Ese abuso que yo veía era el que me llenaba de bronca, el que me llevó a abrazar la causa de esos compañeros a veces tímidos, a veces feos, un poco aparatos y border, pero gente, gente con corazón, gente buenísima que debía soportar todo tipo de escarnios por animarse a saber cosas que los no nerds no sabían. Ante tanto fundamentalismo, también yo respondía con la misma moneda.

Si bien todos pasamos nuestra propia era de la boludez, me dolía ver como la mayoría era jauría, como la mayoría eran pseudos punkitos con el acento finito, que fingían ser chicos malos. Como toda esa estética indumentaria y musical no eran más que una simulación de épocas pasadas donde para ser rocker y desalineado realmente había que ser valiente. Porque lo que no sabían esos compañeros era que los próceres de la cultura a la que ellos decían pertenecer, eran tipos instruidos, que antes que nada eran músicos con una sabiduría notable, con una rebeldía que pasaba por la instrucción y no por la destrucción. Me jodía redondamente que del Indio Solari no tomaran también la otra parte, la del estudiante de filosofía durante la dictadura, del tipo leído y con una cultura más propia de un ratón de biblioteca, o que de Morrison solo quedara su descontrol y no su interior.

En los nerds yo veía la verdadera Rebeldía adolescente. Escuchar rock, dejarse el pelo largo, fumar en la esquina, llevar arito, vestirse (cuidadosamente) descuidado y emborracharse, pensaba, no exige ninguna valentía, al ser lo socialmente aceptado para la edad. Pensaba que animarse a estudiar, a leer, a debatir sobre política, a amar una mujer sobre todas las demás y animarse a escuchar también a los más viejos, era la verdadera Vanguardia. De alguna manera, los nerds fueron los antisistema de estos últimos veinte años, me daba vergüenza que mis compañeros no supieran los nombres de la clase política chorra que les estaba robando el futuro, que sentados en alguna esquina cualquiera no supieran cómo los estaban jodiendo toda esa caterva de mierda del menemismo y que ni siquiera se les ocurriera pensar en cambiar el mundo.

Durante mucho tiempo yo renegué de todos estos sentimientos, sentía que estaba en desventaja con el mundo por no haber adherido a “la naturaleza de un adolescente común”. Sin embargo hoy quiero dejar huella y marcar mi pensamiento: Hace falta un reconocimiento a esos pibes que, como yo, veían la vidriera desde fuera, porque ese cuasi nazismo fashion de las marionetas los dejaba fuera. Yo, que tuve mis noches de joda más de grande, pero con la conciencia para disfrutarlo, sabiendo que lo hacía porque yo quería y no porque me lo imponía nadie y que tuve que luchar mucho para salir de ese ostracismo al que, lamentablemente, me había adherido y resignado, quiero decir que no reniego de esa época, porque a pesar de todo no hice otra cosa que intentar expresarme y decir “loco, las cosas también pueden ser diferentes”.

No les voy a negar que me trajo inconvenientes haber sido un nerd, que todo me costó mucho más luego, y que tampoco me salvé de ser yo también muy prejuicioso y selectivo, pero tenía todo el derecho del mundo de disgustar de una cultura que era bastante descarnada y cruel. Mi mundo y el otro no eran más que dos polos, dos extremos y por tanto ninguno de los dos fue enteramente bueno. Abogo y soy partidario de que en la adolescencia haya extremos pero no extremismos, ni nerds ni burros. Que nadie crea que para disfrutar la noche, la joda, el sexo, el alcohol hace falta renegar de la educación y la intelectualidad, pero que tampoco nadie piense que para disfrutar del goce del pensamiento y el conocimiento es estrictamente necesario ser un fundamentalista antiboliche. Se que no descubro nada con esto que digo y admito que algo de desconfianza me quedó de ese otro lado. Pero entiendanme: es natural que ante tanto desprecio recibido uno se defienda y se vuelva un poco artero. Los años, afortunadamente, me han presentado un montón de gente de “el otro lado” que son excelentísimas personas. Así que si me permiten voy a organizar mi semana, este miércoles cumplimos un año y medio con mi Amor, y quizá le regale un libro y luego vayamos a bailar.

Permiso

jueves, julio 05, 2007

Los primeros días

A Miguel Gila


Hace unos años tuve una revelación; Una suerte de epifanía: escuché un monólogo de Gila. Allí el ilustre madrileño contaba que cuando nació, su madre no estaba en casa y que tuvo que arreglárselas solo. Menudo problema de mucha gente que no es el mío. Son muchos los hijos de madre ausente y los hijos de mala madre. Pero de esos no soy yo, muy al contrario, a mi madre le quiero mucho, pues es muy buena gente. Sin embargo me dejó pensando en las circunstancias en que yo nací. De pronto quise recordar mis primeros años, esos que se dan antes de aprender el castellano.

La historia que paso a contarles obedece a la más pura verdad y se tratan de mis más íntimos y antiguos recuerdos y sensaciones, sepan entender. La razón de mi demora en publicar es la redacción de esta nota, ni más ni menos: sucede que como son cosas que rondan mi memoria desde cuando era un bébe (la gente fina dice así, “bébe”, como dando una orden al sediento) debí traducirlas del idioma pre alfabético al español. Todo un desafío.

El idioma de los bebes ( el pre alfabético) es complicadísimo: para hablarlo uno debe babearse, gritar, mover los brazos y las piernas a la vez y llorar, llorar mucho. Lo cual no habría sido tan complicado si no hubiera sido por el pequeño detalle de que en casa se preocupaban bastante al verme en esos comportamientos. Imagínense un hombre de barba, joven, pero con barba, sentado frente al ordenador pataleando, cayéndosele la baba, aparentemente sin sentido, durante tanto tiempo.

La mayoría de los que leen estas notas deben haber nacido en ese espanto horroso llamado “década del ochenta”. Así que por ende sabran que, en esos años, aparte de vestirse muy mal, la gente no podía saber tu sexo hasta que nacías, salvo que tuvieras una abuela o tía de esas que con una cadenita y un anillo de oro sabían adivinarlo. Por eso mucha gente tejía escarpines amarillos y te compraban ropa neutra: para no ensartarse. Hay que entender, en ese entonces estaba La Mala (bueno ahora también, que va) y había que hacer mucha economía de los gastos. Por eso mis padres, que trabajaban mucho pero podían gastar poco, había arreglado con la cigüeña que me trajera el seis de enero, cosa que en un mismo regalo pudieran representar mi cumpleaños y mis Reyes.

Se que es difícil enterarse, ahora de grandes, que a los niños los trae la cigüeña. Para mi también fue complicado, y puedo entender que no me quieran creer. Sin embargo, es la más cruda realidad esto que cuento: hube de hacer un gran trabajo de introspección, y no en vano ahora voy a develar esto que los medios ocultan, contándonos cruentas historias de que el niño nace por un lugar tan pequeño. Todo es una historia que seguramente la inventó algún Papa para que la gente tuviera miedo de tener hijos y no tuviera tantas relaciones sexuales.

La suerte estuvo de mi lado. Las cigueñas, como todos los animales saben guiarse solo por la posición del sol en el horizonte, no tienen reloj, y todos los días que precedieron a mi arribo a Buenos Ayres estuvieron nublados. Así fue que el pajarraco, se confundió y me trajo un día antes, dejándome sobre uno de los miles de repollos que los médicos y enfermeras ponen en las terrazas de las maternidades Es todo un sistema, les diré, muy moderno, eh. La cigüeña aterriza pone al bebé dentro del repollo con el nombre de los padres y se marcha. Luego viene una enfermera y lo lleva con los padres. En otros lugares no anda tan bien el asunto: las cigüeñas deben entrar por el hall de entrada y aguardar en la sala de espera hasta que les toque número y venga una enfermera con un repollo o una planta de lechuga, (dependiendo del nivel de la maternidad) lo cual hace todo muy lento, incluso a veces sucede que algunas cigüeñas se van y le dejan el o los bebés a gente extraña…


Pero no las acusen de irresponsables. El problema es que no hay leyes laborales adecuadas para las trabajadoras aves que nos traen al mundo. El sindicato Cigüeñal está lleno de carneros, paradójicamente, y los empleadores las explotan con jornadas de doce horas y con entregas de diez bebés por hora, la cuál se denominan “score de hora / bebé”. Antes por ahí no les exigían tanto pero siempre vivían muy apuradas. Es por eso que la cigüeñas son grandes consumidoras de ansiolíticos y muchas sufren de stress y depresión. Si tienen las patas rojas es por lo mucho que trabajan, no por la pigmentación.

También está el caso de un amigo mío que tuvo que venir en paloma, porque estaban todas las cigueñas desbordadas, a raíz de que las empresas de transporte natal no tomaban más empleados. Pero las palomas son a veces un poco tontas, y la que traía a mi amigo se olvidó de llevarlo con los padres y se lo llevó con ella. Así fue que mi amigo vivió dos años en Plaza Flores comiendo miguitas que le tiraban los viejos y viviendo en un árbol. Incluso se había hecho amigo de unos murciélagos y se metía en los taparrollos de los departamentos cercanos. Será por eso que ahora es el roñoso que es. Así hasta que un día el guarda parque se dio cuenta del error y se lo llevó. “Ya me parecía que no eras paloma, hace dos años que estaba con la duda” dijo el tipo.

Volvamos a mi tema. Una de las cosas que más me llamaron la atención cuando me llevaron a mi casa fueron las puertas. No las puertas que daban a la calle pero sí ciertas puertas que separaban ambientes, no alcanzaba a entenderlas, es que siendo niño no tenía noción de la privacidad, por eso es que me dejaba sacar fotos desnudo, e incluso que me cambiaran sin decir “che respeten el pudor”. Es más: Cuando mi padre se iba al trabajo yo creía que le bastaba con traspasar la puerta para entrar al otro lugar, como si fuera una suerte de tele transporte. Era una teoría que había construido de ver abrir los armarios, sacar algo y volverlo a cerrar: siempre sacaban algo distinto y en ocasiones ¡metían una cosa y sacaban otra! Había algo de magia ahí! Como el caso del inodoro, que al año de haber llegado, y durante gran parte de mi infancia, me fascinaba porque uno tiraba cosas, bajaba la tapa, apretaba el botón y al rato ¡ya no estaba! Si dejé los pañales fue exactamente por eso, porque no tenían nada de extraordinario, lo que uno dejaba, allí quedaba, más en ese entonces que eran de tela.

Otra cosa que me lsorprendía eran las viejas. Como las primeras personas adultas que yo había visto tenían todos los dientes (o a lo sumo un barbijo), me llamaban la atención esas mujeres mayores que tenían la boca igual que yo, no podía ser… Incluso recuerdo a una señora de una casa de galletitas, que me caía muy bien porque solo tenía los dientes de adelante como Buggs Bunny. Yo la saludaba y me reía y la pobre mujer se emocionaba porque nadie la saludaba, y porque nadie le entraba a comprar. También me sorprendían porque todas me decían las mismas cosas: “Angelito de Dios” “Parece el Niño Dios”, “Qué Angelito!” En fin…

Sin embargo, si tengo que elegir una cosa que me subyugaba en esos días era la diversidad. En la nurserie, éramos todos muy parecidos (salvo el caso de uno que tenía pelos en la cara) y me resultaba increíble que los adultos fueran todos tan distintos. Por eso me gustaba más viajar en colectivo que en el coche. Viajar en bondi era comparable a lo que más tarde significó ir al zoológico. Había miles de caras, que subían y bajaban. El mundo se me revelaba como un lugar lleno de seres extraordinarios, los había muy gordos y muy flacos, gente con cara cómica y gente con cara de Calabró. Señores con unos pelos terribles entre la nariz y la boca. Ojos negros, claros, había africanos, también gente que reía y tenía los dientes amarillos, caras feas que luego aparecían en sueños y me hacían despertar en la madrugada…

Es mentira que los bebés hablan entre ellos, en realidad con los otros bebés nunca te entendés. Por eso cuando sos un recién nacido ni hablás con tus colegas… es que cuando uno nace, como antes decía, nace sin inhibiciones ni preconceptos, y no le interesa pasar por cortado. Aparte tampoco conoces la incomodidad de los ascensores, lo cual es una ventaja… Esa idea que impusieron los de “Mira quién habla”, es una patraña, cuando venís al mundo venís con lo puesto, y decís lo primero que se te ocurre. Con el tiempo más o menos vas armándote un idioma que luego reemplazas por el que hablan tus viejos solo porque te hartas de que no te entiendan. Porque te das cuenta que el día de mañana cuando quieras pedir una pizza te van a traer cualquier cosa menos lo que vos queres. Porque pedir una mamadera y que te traigan un oso de peluche es algo, la verdad, terriblemente frustrante.


Permiso...

martes, junio 12, 2007

Recuerdos de infancia

Entre los diez y los quince años fui un pibe de parroquia. No me avergüenza decirlo, al principio impulsado por esa fé tan limpia de los niños y luego por ese credo algo equivocado que postula que cualquier lugar lleno de gente joven está lleno de minas para levantarse.


De chico me cautivaban todos los ritos de la misa, porque yo creía lo que veía, yo sentía que no era un simbolismo sino que, realmente, el vino se transformaba en sangre y hasta sentía un poco de asco de pensar que luego la bebían. Recordaba la explicación con que mi tío Sergio me mintió sobre el método de fabricación de morcillas; pensaba en cómo quedaría aquel pobre hombre, que encima de no poder casarse debía tomar todos los días un vaso de sangre. Y por favor no quiero que nadie tome esto por un sacrilegio: es el sentir exacto de un chico ante los misterios del dogma.


Yo entraba a una parroquia y sentía que Dios estaba ahí, en ese silencio inmenso surcado de bronces y santos y vitreaux. Todavía no entendía lo de la omnipresencia; ese misterio que, al comprenderlo, me hizo preguntarme para qué la gente se iba caminando hasta Luján, si en su comedor, o al pie de su cama podía hallar también cobijo a su fé. Yo creía que dentro de una iglesia no se podía mentir ni engañar. Que la beatitud del aire era un antídoto contra la flojera y las malas costumbres. Así pensaba, hasta que llegó el 25 de agosto de 1991 por la mañana.


Ese día la catequista me llamó aparte y me dijo que si podía salir al kiosco a comprar dos velas para hacer una “espiritualidad”. Me dio un billete de mil australes (ese que tenía la cara de Roca peinado como el Drácula de Brian de Palma), me dijo “que Dios te bendiga” y a mi se me infló el pecho de orgullo. Salí corriendo, presuroso de cumplir con el mandado: yo quería ser monaguillo, es hora de reconocerlo, y era un firme candidato, por Dios. Ese voto de confianza significaba que sería yo y no el negro Ochoa quien estaría al frente de todos en la misa, como un rockstar. Evidentemente eran otros tiempos, a pesar de todo uno pensaba que el cura, a lo sumo, se apretaba una casada en la sacristía, nada más…

Para salir a la calle debía pasar forzosamente por el interior de la Iglesia, que a esas horas tenía sus inmensas puertas abiertas al público, generalmente a venerables ancianas que iban a rezar de pasadita mientras hacían los mandados. Cuando estaba por salir, de repente vi salir al Padre Pablo, saliendo de uno de los confesionarios. Siempre me había preguntado como era el interior de esas cabinas telefónicas con Dios, donde el Cura era el operador que te comunicaba a larga distancia. Me preguntaba si tendría algún cable, si en ese momento entraba en trance y uno hablaba directamente con el Cielo, si tenía almohadón en el banquito, si había un estante para apoyar un vaso de algo, si era verdad que existía la boca de un túnel que daba al averno.


Todas esas preguntas de siempre se cruzaron por mi cabeza: y estaba el confesionario abierto, y nadie había en el lugar. Era mi oportunidad de averiguarlo, de descubrir lo oculto, eso que no había podido ver desde fuera la vez que me confesé. Entonces rápidamente, sin pensar en las velas que debía comprar, me metí dentro y cerré la puerta… Era el día más importante desde que había empezado con la catequesis el año anterior. Yo sería el dueño del secreto, el único capaz de decir que había realmente ahí dentro y lo más importante: el único capaz de mentir sobre lo que había allí para impresionar a las niñas, y con el aval de la aventura para que me creyeran…


Lo primero que descubrí fue que había un fuerte olor a humedad; como si uno metiera la nariz dentro de la boca de una guitarra vieja y mal atendida. El asiento no tenía almohadón y la tenue luz de los vitreaux entraba por el esterillado de la ventanita donde se oían la confesión. No era gran cosa, la verdad, estaba decepcionándome bastante, como la vez que abrí el cajón con llave que mi abuelo tenía en su escritorio o cuando entré con mi vieja al cuarto oscuro: la realidad siempre es más conservadora que la mente de un niño. Entonces sucedió, cuando estaba por irme senti unos golpecitos y el crujido de la madera: alguien se había acodado afuera buscando la redención de sus pecados.


-Ave María Purísima- fue lo único que se me ocurrió decir, poniendo la voz gruesa recordando la fórmula que le había oído decir creo en una película vieja…


-Sin Pecado concebida- respondió una voz cascada y con algo de temerosa dulzura agregó:

--Padre, he pecado

En ese momento el corazón me dio un respingo: supe que había una persona, dispuesta a abrirme su corazón, a punto de contarme sus bajezas, que era ella la que ahora ocupaba el lugar de niño y yo el lugar de adulto. Sin haberlo buscado se me abría otra puerta, otro misterio quizá mayor que el interior de un cuartito de madera o un cajón cerrado con llave: el alma de un adulto, siempre tan perfectos, tan modelos, tan morales… Por un momento estuve a punto de salir corriendo, sin embargo pudo más mi curiosidad y no sin cierta malevolencia le pedí que me contara lo que había hecho.

Las cosas que contó me las reservo, pues son secreto de confesión, yo la escuchaba sorprendido: qué parecido era el interior de esa mujer entrada en años con las inquietudes de una criatura. Sucede que, de chico, pensaba que había una suerte de “clic” entre los 15 y los 20 años con el cual tu mente cambiaba y te hacías adulto. Recién cuando voté por primera vez, cuando di mi primer beso, cuando vi que en ocasiones yo podía razonar mejor que mis padres, pero que seguía teniendo muchos de los miedos de la niñez, descubrí que en el fondo uno no deja nunca de ser un niño, que en el fondo la única clave de la adultez es la experiencia y el don de mundo; que el miedo, la malevolencia y la necesidad de protección seguían pulsando las cuerdas igual, solo que uno tenía otras herramientas para acallar sus voces. Un adulto es un niño encerrado en un cuerpo mayor, con mayor experiencia y con la ternura mayormente reprimida, nada más, no existe ningún bisturí que te separe de la infancia, porque eso significaría morirse como una planta.


Una vez que terminó, me quedé un rato en silencio. Sentía su mirada intentando verme a traves de la esterilla, semblantearme, Le dije que rezara veinte padrenuestros y cinco avemarías con un brazo levantado, solo por darle un toque humorístico a una travesura que prometía más de lo que resultó, aunque careció completamente de sentido y de gracia.


Aún hoy, con mis veintiséis años encima, con tantos años de ateo y un par entre la sombra y el sol, me pregunto si no habrá un alma más en el infierno, gracias a mi descaro. Si será tan estricto el paraíso en caso de existir, como para no permitir su ingreso por un pecado tan grave pendiente de perdón. Sin embargo, y esto no es por justificarme, creo que de alguna manera la penitencia fue en realidad el hecho mismo de llevar ese secreto guardado toda su vida solo por no lastimar a la persona perjudicada. Quizá ese gesto mismo, pleno de valentía, fortaleza y altruismo, también haya sido su expiación. Al menos sería lo más justo.

martes, mayo 29, 2007

De condiciones familiares e ideologías políticas

Todos los hijos de padres separados son o terminan siendo bolcheviques, psicobolches o anarquistas” disparó el Diestro. Así, sin anestesia, con esa impunidad sin buenas tardes que tiene a la hora de enunciar sus frases. Entrecerró los ojos y echó una bocanada de humo. “No falla” sentenció y se quedó mirándome como midiendo mi reacción, disfrutando la osadía incómoda de su capricho.

“Eso es un disparate grande como una casa, boludo. No todos los zurdos son hijos de padres separados”. Y agregué enojado mientras miraba la ventana: “dejate de joder”…

“No, seguro, pero si bien no todos los anarcos son hijos de padres separados, todos los hijos de padres separados son anarcos” y me pareció que sonreía.

A veces me da la sensación que el Diestro es, como Borges, un provocador. Todo el mundo sabe que Borges no podía ser racista como decía ser, porque tantos años de ceguera le impedían recordar como era un negro. Podía refutarle con mil ejemplos distintos que había un montón de hijos de padres divorciados que ni siquiera tenían militancia política, pero pudo más mi curiosidad… entonces lo dejé seguir:

“Mirá, la cosa es que los hijos de divorciados son gente que casi no cree en la familia como institución, porque en el fondo creen que es la culpable de sus desdichas posteriores y que, por ende, esta sociedad no puede funcionar y hay que cambiarla… El motor de todos sus actos es la bronca, por eso prenden fuego todo”

Le tiré un palo enjabonado a ver como se arreglaba, juro que en ese momento yo sentía ganas de afiliarme a algún partido revolucionario solo por contradecirlo:

“Bueno pero tal vez pase que les guste ser bolches, y que en vez de bronca sientan alegría, che…”

“Esa gente (que son los menos), Mariano, cree que gracias a su familia disfuncional pudo llegar a la verdad, a la felicidad, que gracias a la ruptura de su hogar hoy son felices. Lo celebran casi como una caída de la hipocresía, entendes?”

“Bueno pero entonces”, objeté, “el motor de lucha de esas personas no es la bronca precisamente y eso no lo estás teniendo en cuenta”

“¡Error!”, dijo eufórico, “los bolches alegres son gente que quieren que todos sean felices como ellos y sienten que esta sociedad le impide obtener la felicidad al resto del pueblo, esa es la fuente de su furia”

“¿Y por qué hay algunos que se tapan la cara?” le dije burlón

“Porque como los padres viven en hogares distintos, hay más posibilidades de que los reconozcan en la tele... y se llamen por teléfono para avisarse de la nueva, y que palabra va palabra viene se terminen reconciliando”

Ni siquiera le respondí, simplemente lo miré entre sorprendido y expectante. Me olvidaba que tiene respuestas para todo. Cuando el Diestro lanza una de sus teorías, como dije la vez anterior, el deleite es ver para donde dispara.

“Es gente a la que les parece indignante la estructura misma del concepto ‘familia”, dijo. “Ellos ven en el padre el autoritarismo represor del Estado y en la madre a la falsedad de la moral burguesa, que te enseña que esta mal mentir pero que cuando la llama la amiga pesada, te hace negarla tres veces por teléfono. El hijo, como te imaginarás, simbolizaría a las masas oprimidas…”. Pitó su cigarrillo largamente con un ademán excesivo y miró una chica de vestido rojo que pasó frente a nosotros. Se sentía triunfante.

“¿Y qué vendrían a ser los Abuelos entonces? ¿El Club de París?” le pregunté maliciosamente.

“No me vengas con pavadas” espetó. “Sabés muy bien que tengo razón, los hijos de padres divorciados son todos marxistas”

“O sea que, guiándome por tu teoría, puedo aventurar que los chicos de familias católicas, aparte de tener alta presencia en las parroquias y de vestirse con jeans viejos, buzos de frisa y zapatillas topper o Nike Feraldi, serían demócrata cristianos?

“Brillante” dijo el Diestro, y apuntándome como el Tío Sam con su cigarrillo, agregó: “y las pibas que escuchan radio Disney son todas de ultraderecha”

Después hubo que volver al trabajo y no se habló más del tema.

martes, mayo 15, 2007

Abstracción

Resulta que un Oficinista, que deseaba con urgencia misericordiosa sus vacaciones, puso como fondo de pantalla en su pc una foto de un atardecer en el mar: El sol se hallaba a mitad de camino entre el ábside del cielo y los primeros escalones del horizonte.


Días después, tratando de escaparse de la ensordecedora marimba de ires y venires, tomó sus dos manos, las curvó hasta formar una especie de binocular y las apoyó sobre sus ojos. De esa manera solo podía ver el atardecer, prescindiendo del monitor, de su escritorio, de sus compañeros, y de toda la oficina.

Largo rato quedó el hombre mirando, embelesado por esa vista exótica y profundamente natural. Los sonidos que lo rodeaban fueron desapareciendo a merced del ruido de olas que iban y venían en su imaginación, cada vez más fuertes, más sonantes. Surgieron sonidos nuevos: a lo lejos unos tambores, más cerca el murmullo sosegado y placentero de otras personas; desde la izquierda una música que invitaba a bailar. Desde la derecha, cada vez más débiles, crepitaban aún algunos sonidos de la oficina, hasta que desaparecieron...

El sol siguió bajando, las luces del cielo se tornaron de un violeta majestuoso, mientras nubes naranjas se quedaban con los últimos girones de sol. La música se hizo más cadenciosa, más provocante: sonaban timbales con su sonido seco y agudo. Hubo risas y, de pronto, aplausos. El oficinista bajó sus manos, vio sus pies enterrados en la arena, y una bebida. Miró hacia donde venían los aplausos, allí vio cinco mujeres bailando. Sin más se levantó y se dirigió hacia allí. Ni siquiera recordó su Oficina y tampoco se preguntó dónde estaba.

lunes, mayo 07, 2007

Los Dinosaurios en la Creación Divina

Hace un tiempo, cuando me preguntaba el por qué de la existencia de los mosquitos, prometí contar qué lugar tienen los dinosaurios en la Creación.

To
do el mundo sabe que, al principio, el Universo era similar a una gran Web en blanco y nuestro Dios hacía rato que venía con ganas de expresarse. A Él, a diferencia del resto de los escritores, nunca lo amilanó la hoja vacía, al contrario y en esas épocas antiquísimas, lo que estaba de moda no era abrir blogs sino crear mundos. Sin embargo solía pasar lo mismo: todo el mundo creaba planetas y, luego de un tiempo, la mayoría terminaba desanimándose y abandonándolos a la deriva. Luego, por circunstancias fortuitas, de esas q solo entiende Stephen Hawking, los planetas se juntaban alrededor de un sol y así se formaron los sistemas solares.

En el caso de la Tierra nos tocó un dios más persistente que los demás. No solo cuenta con más voluntad que los otros sino con talento. No nos pasó (por suerte) lo que a Marte, que lo colgaron en el espacio, le crearon tres o cuatro bacterias raras y nada más. No, en nuestro planeta Dios fue y es muy prolífico, aunque a veces se arrepiente y borra la mayoría de sus creaciones (como Roa Bastos) dejando algunas sobre las que luego evolucionan las creaciones posteriores. Así fue como, un día, posteó a los dinosaurios, esas miles de potenciales carteras de cocodrilo, y fueron un éxito de taquilla, tanto que parecían escritos por Casciari.

Al principio Dios estaba contentísimo, iba por las calles y si los arcángeles no le palmeaban la espalda era porque no sabían qué era eso. Es que estaban todos muy contentos en el cielo: esos bichos eran muy entretenidos; había mucha adrenalina, esa vida pre-cavernícola tenía mucha acción; Nada que ver con esas amebas primigenias o con la lentitud pavota de los trilobites, seguro que si el Paraíso hubiese sido un cine se llenaba de pop corn, maní con chocolate y celulares importunos. El Creador se sentía Steven Spielberg (pero sin gorra, por la tonsura luminosa) y los domingos, cuando no hacía nada, mandaba a unos ángeles a que se hicieran correr en jeep por algún Carnotaurus para esparcimiento de la parcialidad toda.

Sin embargo a los dinosaurios les pasó lo mismo que a Vin Diesel, Stallone y Charles Bronson: les faltaba inteligencia, creatividad y las situaciones (más allá de las evoluciones a lo Pokemón) eran más o menos siempre las mismas. Cuando no era un stegosaurio pastando, era una manada de Velocirraptors persiguiendo un Gallymimus o a un pobre compsognatus… Tampoco ya causaban gracia los gritos de los Diplodocos cuando debían defecar las enormes piedras que tragaban para la digestión. Y así, no solo se pudrieron los visitantes sino que también se pudrió El Autor… La gota que colmó el vaso fue cuando por millonésima vez se pelearon un Triceratops y un Tiranosaurio en un homenaje al Mundo Perdido de .Conan Doyle. Ahí se decidió a hacer otra cosa… dijo que estaba encasillado en un estilo y con la punta de un asteroide borró todo de nuevo…

Entonces, una mañana, mientras se afeitaba frente a un espejo, mirándose fijamente, sintió de nuevo esa cosquillosa inquietud que trae una idea nueva y se le ocurrió lo de los humanos. Ahí se armó el asunto. Pero esa es harina de otro costal…

La Consigna: Si fueras dios, ¿Qué animal crearías y qué características tendría?

jueves, abril 26, 2007

Pequeña historia con moraleja

Un hombre sufre un extraño problema: tiene mucho cabello, pero su pelo es invisible y está convencido de que teñirse es cosa de maricones.

Terrible situación la de este hombre harto preocupado por el que dirán. El con pelo no visible y la gente que lo llama cínicamente “pelado” o "Yul Brinner" y le regalan fijador.

El sufre y levanta sus brazos mirando el cielo. Profunda tristeza del hombre; toma sus cabellos como si tomara puntas en el aire y dice “si hasta tengo rulos”. Nadie entiende.



Moraleja
: El vulgo juzga siempre por lo que ve, no por lo que uno oculta. Eso a veces es bueno y otras muy malo.

Consigna: ¿Qué moraleja dejaría esta historia?

PD: Mientras tanto pueden leer de este que les escribe la nota que publicó en el blog de Lalo Mir haciendo click acá

miércoles, abril 18, 2007

Biografía de un Intolerante

Romualdo Arteaga Cejas, llamado “El escritor Maldito de Villa Lugano” y también “El Hugo Wast del Sur Porteño” nació en 1921 en Mataderos. Su padre era carnicero y su madre no. Ya de muy niño, intercalado con los juegos propios de un infante, Cejas comenzó su carrera literaria: escribía insultos con crayón y luego escapaba corriendo de la alpargata de su abuelo o del gancho de su padre.

El clima hostil de su casa de infancia, influyó notablemente en su obra, hasta tal punto que su primer novela se intitula “Tarado de Mierda” y trata sobre un niño que insiste en escribir las paredes con crayón y es perseguido por su Abuelo. Muchos críticos creen ver en esta obra una velada crítica a la censura de la clase burguesa hacia la juventud, otros, lisa y llanamente, una obra autobiográfica. Tocante a su niñez citemos también el amargo relato auto referencial: “Los bigotes de mi madre”.

También en aquella época, los escritores muchas veces se veían obligados abordar trabajos literarios por encargo. Así fue como Arteaga incursionó en el relato infantil y como letrista de vidrieras. De su relación con la literatura para niños, se destacan varios de los cuentos que escribió para la colección “El Pastorcito a cuerda”, todos (desde ya) con su impronta frontal: “Petisito y Boludón”; “El patito idiota” y “Toñito el bolastristes” son algunos ejemplos. De esta época sin embargo, debemos destacar la censura que sufrió con “La Rata Guacha y la Puta”, que trataba sobre un roedor que vivía bajo un prostíbulo. El texto fue modificado sin aviso por la editora, saliendo a la calle como “La Rata Gaucha y la Fruta con el argumento de una rata de Saliqueló que pone una verdulería. Ante esta afrenta Arteaga reniega de la literatura infantil y se dedica a los ensayos, todos cercanos al racismo.

Aunque muchos sostienen que la ideología cercana al nacional socialismo de nuestro escritor fue motivada por la lectura de Heidegger y de Helmutt Webstuff, otros sostienen que fue debido a un club de “cabecitas” que se instaló en el terreno de junto a su propiedad. Así podrían entenderse los desbocados matices intolerantes en su prosa reflexiva como los exhibidos en textos como el ensayo breve “Relación entre los negros y las cáscaras de mandarina” la proclama “Estamos invadidos” y el fatal “Los sánguches de chorizo y la causa peronista”, que junto con su ataque a una Unidad Básica motivó su exhilio a Canelones, Uruguay en 1950, muy a pesar de ciertas simpatías doctrinarias similares entre Perón y Arteaga.

Cuando la llamada “Revolución Libertadora”, Arteaga Cejas regresa a la Argentina, pero no por el fin de su Prohibición, sino porque el alcalde de Canelones lo declara “Ciudadano no grato” debido a su teoría de que los uruguayos eran como los argentinos pero más atrasados. Ya en Buenos Aires se retira a su quinta en Villa Lugano donde retorna a su escritura frontal y directa. Aunque un poco más descarnada.

Es sabroso observar la reacción de un personaje como Arteaga frente a toda la ola de cambios culturales que se imponen durante la década del 60. Durante esa época es que publica su famoso pasquín semanal “Será posible?” con el que agita los aires barriales con columnas de grueso tenor. Citamos como ejemplos: “El pelo corto es cosa de hombres, el pelo largo, de mujeres o de putos”; “Tener un inquilino cabecita es un castigo de Dios”; la famosa “Las pendejas se visten como prostitutas” y la que desencadenó un conato de rebelión en las calles cercanas a la estación de Lugano: “Los hippies son un foco infeccioso”; Allí azuza los ánimos de ancianas del lugar, que terminan conformando la “Brigada Arteaga” que atacaba a los grupitos hippies usando jabones “Espadol” como proyectiles. Alrededor de 1967 Arteaga fue demandado debido a su nota: “hay que matar a Palito Ortega y a los Beatles”

Arteaga murió en 1968, algunos dicen que de un ataque al corazón, otros que del disgusto al descubrir que su hija Eva (por la hermana de Franco) salía con un comunista de Barracas.

Más allá de lo que pueda pensarse sobre la deleznable ideología del artista, es necesario recordar a Marcel Proust y separar el yo creador y el yo de todos los días en el artista. Si hacemos esta separación en el caso de Arteaga Cejs no nos queda nada, entonces, ¿para qué seguir?

lunes, abril 09, 2007

Propiedad Privada

Gutiérrez, siempre de corbata y camisa a rayas, trabaja -hace años- en una empresa donde, debido a nebulosos robos, han decidido emplazar dos guardas provistos por una empresa de seguridad privada, en la recepción del edificio.

En un principio los guardias se ocupan de pedir credenciales a la entrada, cosa que a nuestro oficinista le resulta razonable y ético. Pasado un tiempo (y sin que medien nuevos hurtos) las directivas cambian y la empresa exigen que los empleados sean palpados de armas. El calmo empleado no siente problemas en que esto pase, en definitiva él no lleva armas, así que qué problema puede haber.

Van pasando el tiempo y la rutina tiñendo de maquinalidad los rituales de la recepción. Un día como cualquiera, le exigen ver el interior de los bolsos a la finalización de la jornada laboral y un tiempo después a la entrada también. Gutierrez colige que esto es algo positivo, él no lleva nada vergonzoso y además no roba, así que no le molesta mostrar el interior de su portafolio.

A los dos años, ya no solo se revisa el interior de los bártulos, sino que los guardas embargan cosas alegando que pertenecen a la empresa. Nuestro protagonista, empleado gris y anónimo, admite secretamente que es un exceso, pero no quiere perder el trabajo, ni que lo tilden de comunista y por más que lo maltraten y le descuenten del sueldo robos dudosos, es trabajo y las cosas no están para hacerse el loco porque, en definitiva, es una locura reclamar.

Cada vez La Empresa se queda con más cosas, los anteojos, los pañuelos, la lapicera de oro (que permaneció setenta años en su familia), los cigarrillos y las pastillas de la presión. Los cheques, la calculadora, el anotador, el almanaque en su billetera, las fotos de los hijos, la camisa a rayas. Todo es material presunto de la empresa. Hasta que un día le confiscan el portafolio y otro, sin mediar aviso ni discurso, se quedan redondamente con Gutiérrez.

El Noi

jueves, marzo 29, 2007

Las zapatillas y el baño

“No conviene traer zapatillas llamativas al trabajo” Ese es uno de los consejos más recientes que El Diestro me dio el otro día en la hora de almuerzo. Las frases del Diestro surgen así, de la nada, puro prejuicio, pura palabra que mana desde quién sabe dónde, como si fuera un radio a transistor mudo que de pronto capta una señal.

-Por qué lo decís?- le pregunté, como casi siempre. El diestro pitó largamente su cigarro y luego dijo, como si estuviera diciendo algo obvio pero que es necesario echarle luz:

“Porque cuando tenes que ir al baño, si lo tuyo viene nauseabundo, los otros habitantes del baño podrán saber de quién mana el olor solo con ver tus zapatillas asomadas por debajo de la puerta…”

Es increíble, pero este tipo de comentarios, aunque parezcan tan irracionales siempre vienen acompañados por una explicación completamente racional… A veces me pregunto como es posible que todavía pueda seguir escuchando sus elucubraciones. Creo que vale más la explicación, más que la máxima en sí.

-Bueno, entiendo tu punto, pero… y qué te importa lo que digan los demás? O acaso tus compañeros de laburo cagan con olor a flores? Que no sean falsos- le esgrimí para ver si lograba rajar esa pared analítica del Diestro. Me miró y sin inmutarse dijo:

-No, pero la gente es así, una vez en mi trabajo sentí un fuerte olor a cannabis encendida y pude ver que en uno de los compartimentos asomaban, bajo la puerta, unas zapatillas grandotas – se acomodó en la silla y dijo:

-… bastó con buscarlas en los pies de cada compañero para saber cuál era el drogón.

-Ajá, y de qué te sirve eso? Acaso le vas a alcanzar un folleto para que deje las drogas?

-No- contestó sorprendido

-Bueno entonces dejate de joder- le dije enojado- voy al baño, cuidame las zapatillas por favor.


El Noi

viernes, marzo 23, 2007

Mi encuentro con Luis Landriscina

A los quince años se me había metido en la cabeza que, al saludar dando la mano, debía apretar fuerte como gesto de hombría. Ustedes comprenderán, a esa edad uno está en sucesivas construcciones y derrumbes de su propia personalidad, en un ensayo y error de sí mismo que muchos llaman “crecer”. Iba y venía practicando la sonrisa de Indiana Jones, el caminar pisando fuerte, el mirar a los ojos a las chicas que me gustaban...

Sentía la necesidad de afirmar mi hombría, de mostrar que estaba más cerca de Rick Blaine que de Marcelo Marcote y creía que, el apretón de manos, daba una imagen de hombre reposado y firme; que uno al presentarse debía marcar el piso con su huella. En esas cuarenta estaba cuando en la Feria del Libro de 1996 me encontré con Don Luis Landriscina.

La Feria del Libro, es ese lugar aburrido a donde la gente va a sentirse culturosa, a hacer notar su compromiso con ese postulado de que es mejor leer que mirar televisión. Así, la gente compra libros que leerá nunca jamás (y que están igual de caros que afuera), camina compulsivamente horas y horas, se aburre como un hongo en alguna charla debate de un ñato desconocido y le pide un autógrafo a Dolina después de hacer fila como un peregrino recién llegado a Compostela. Misteriosamente, luego de todo esto, sale confortado con el ego unos cuantos capítulos más grande.

Ese 1996, debo confesar, concurrí tres veces seguidas a ese antro del saber. Dos de ellas con mis amigos Henry y Coro. Recuerdo que dimos tres vueltas completas al predio solo para que, con cada ruedo, la promotora de la Fundación Huésped nos regalara un preservativo y que a modo de broma le hicimos firmar un libro de Rubén Darío al Negro Fontanarrosa. La vez restante la convencí a mi Vieja para que me acompañara.

Veníamos de dar vueltas buscando algun descuento, medio podridos de ver gente desconocida en los stand, a punto de irnos cuando, en el stand de Radio Nacional, lo vimos a Luis Landriscina entrevistado por un periodista que no memoro.

No se qué le pasaba a Don Luis, pero nos recibió con cara de vinagre, con un comprensible “a ver qué quieren” entrecejado en su noble rostro campesino. Aún así, mi vieja intentó cambiar unas palabras. Yo, en cambio, me quedé callado, esperando el momento de despedirnos, presumiendo que, tener quince años en ese lugar y con la madre, era una situación desfavorable, que solo podía remediarla con un buen apretón de manos, con fuerza...

Y apreté fuerte nomás. Bien fuerte. Su mano árida, sucumbía a la inconciencia mía. Fue un instante nomás. Un apretón bestial pero corto, acompañado de un “Qué tenga buenas tardes, un gusto” con voz impostada y la mirada firme y bruñida. Si el rostro de Landriscina había sido algo pétreo y desencantado hasta ese momento, cuando recibió el rigor de mi saludo, se transformó en una especie de mirada suplicante pero con algo de desprecio; Una suerte de “Me diste el mate frío, junagransiete”. Colorado se puso el hombre, el rojo de su piel contrastaba con su duro cabello sus ojos agrestes ardían visceralmente, en un tácito pedido de que lo soltase. Tanto así que se quedó un rato parado en el mismo lugar mientras nosotros nos íbamos contentos.

Luego lo vi pasar a uno de los Les Luthiers, pero no me dio tiempo a saludarlo, se ve que Landriscina le había pasado el dato nomás...

Permisoooo

EL NOI