“Todos los hijos de padres separados son o terminan siendo bolcheviques, psicobolches o anarquistas” disparó el Diestro. Así, sin anestesia, con esa impunidad sin buenas tardes que tiene a la hora de enunciar sus frases. Entrecerró los ojos y echó una bocanada de humo. “No falla” sentenció y se quedó mirándome como midiendo mi reacción, disfrutando la osadía incómoda de su capricho.
“Eso es un disparate grande como una casa, boludo. No todos los zurdos son hijos de padres separados”. Y agregué enojado mientras miraba la ventana: “dejate de joder”…
“No, seguro, pero si bien no todos los anarcos son hijos de padres separados, todos los hijos de padres separados son anarcos” y me pareció que sonreía.
A veces me da la sensación que el Diestro es, como Borges, un provocador. Todo el mundo sabe que Borges no podía ser racista como decía ser, porque tantos años de ceguera le impedían recordar como era un negro. Podía refutarle con mil ejemplos distintos que había un montón de hijos de padres divorciados que ni siquiera tenían militancia política, pero pudo más mi curiosidad… entonces lo dejé seguir:
“Mirá, la cosa es que los hijos de divorciados son gente que casi no cree en la familia como institución, porque en el fondo creen que es la culpable de sus desdichas posteriores y que, por ende, esta sociedad no puede funcionar y hay que cambiarla… El motor de todos sus actos es la bronca, por eso prenden fuego todo”
Le tiré un palo enjabonado a ver como se arreglaba, juro que en ese momento yo sentía ganas de afiliarme a algún partido revolucionario solo por contradecirlo:
“Bueno pero tal vez pase que les guste ser bolches, y que en vez de bronca sientan alegría, che…”
“Esa gente (que son los menos), Mariano, cree que gracias a su familia disfuncional pudo llegar a la verdad, a la felicidad, que gracias a la ruptura de su hogar hoy son felices. Lo celebran casi como una caída de la hipocresía, entendes?”
“Bueno pero entonces”, objeté, “el motor de lucha de esas personas no es la bronca precisamente y eso no lo estás teniendo en cuenta”
“¡Error!”, dijo eufórico, “los bolches alegres son gente que quieren que todos sean felices como ellos y sienten que esta sociedad le impide obtener la felicidad al resto del pueblo, esa es la fuente de su furia”
“¿Y por qué hay algunos que se tapan la cara?” le dije burlón
“Porque como los padres viven en hogares distintos, hay más posibilidades de que los reconozcan en la tele... y se llamen por teléfono para avisarse de la nueva, y que palabra va palabra viene se terminen reconciliando”
Ni siquiera le respondí, simplemente lo miré entre sorprendido y expectante. Me olvidaba que tiene respuestas para todo. Cuando el Diestro lanza una de sus teorías, como dije la vez anterior, el deleite es ver para donde dispara.
“Es gente a la que les parece indignante la estructura misma del concepto ‘familia”, dijo. “Ellos ven en el padre el autoritarismo represor del Estado y en la madre a la falsedad de la moral burguesa, que te enseña que esta mal mentir pero que cuando la llama la amiga pesada, te hace negarla tres veces por teléfono. El hijo, como te imaginarás, simbolizaría a las masas oprimidas…”. Pitó su cigarrillo largamente con un ademán excesivo y miró una chica de vestido rojo que pasó frente a nosotros. Se sentía triunfante.
“¿Y qué vendrían a ser los Abuelos entonces? ¿El Club de París?” le pregunté maliciosamente.
“No me vengas con pavadas” espetó. “Sabés muy bien que tengo razón, los hijos de padres divorciados son todos marxistas”
“O sea que, guiándome por tu teoría, puedo aventurar que los chicos de familias católicas, aparte de tener alta presencia en las parroquias y de vestirse con jeans viejos, buzos de frisa y zapatillas topper o Nike Feraldi, serían demócrata cristianos?
“Brillante” dijo el Diestro, y apuntándome como el Tío Sam con su cigarrillo, agregó: “y las pibas que escuchan radio Disney son todas de ultraderecha”
Después hubo que volver al trabajo y no se habló más del tema.