lunes, julio 23, 2007

Yo, nerd

Durante toda la secundaria fui un nerd, pero no por vocación, sino por solidaridad. Puede sonar raro pero es así. La adolescencia, territorio de la rebeldía, exige siempre que tomes partido por una vereda o por la otra. Sin embargo, los noventa de mi segunda década de vida eran los tiempos del fin de la historia, del final de las ideologías revolucionarias, la era del destape, de la captación definitiva del rock por parte del capital con su MTV, su Billboard, sus rankings masivos, su consumismo y su merchandising. Paradójicamente, hacerse el rebelde era estar con el sistema, serlo verdaderamente era algo muy distinto.

Yo, a mis quince, prefería darle bola a “las cosas de viejo” no encontraba mi lugar en la noche, renegaba de los boliches, los tragos y las transas, sentía rechazo por ese mundo oscuro, aunque también debo decir miedo. Si bien estudiaba solo lo suficiente como para aprobar, y no era un alumno brillante, no podía dejar de sentir un poco de desprecio por ese síndrome de manada de mis compañeros. No podía entender por qué decían que el tango es triste cuando todos los sex symbol musicales de mi secundaria hablaban en sus letras de vidas torturadas, amores terminados y grandes dolores. Me daba cuenta que tenían esas opiniones porque la música que yo escuchaba no estaba de moda, pero que si llegaba estarlo iban a ser hasta más fanáticos que yo. Opinaban sin oir, mientras que yo sí escuchaba la música de ellos (estaba en todos lados). Yo me animaba a decir que no me gustaban los boliches aunque no fuera políticamente correcto decirlo.

No lograba encajar en ese mundo, donde mis congéneres rehuían hablar del Amor y se inclinaban en ufanarse de la cantidad de minas que habían besado en una sola noche, ni me esforzaba por intentarlo. Me dolía esa actitud de la gente que cometía abuso de poder sobre los que pensábamos distinto. Esa tiranía de los reveldes que, como todo absolutismo, abusaba de las minorías. Ese abuso que yo veía era el que me llenaba de bronca, el que me llevó a abrazar la causa de esos compañeros a veces tímidos, a veces feos, un poco aparatos y border, pero gente, gente con corazón, gente buenísima que debía soportar todo tipo de escarnios por animarse a saber cosas que los no nerds no sabían. Ante tanto fundamentalismo, también yo respondía con la misma moneda.

Si bien todos pasamos nuestra propia era de la boludez, me dolía ver como la mayoría era jauría, como la mayoría eran pseudos punkitos con el acento finito, que fingían ser chicos malos. Como toda esa estética indumentaria y musical no eran más que una simulación de épocas pasadas donde para ser rocker y desalineado realmente había que ser valiente. Porque lo que no sabían esos compañeros era que los próceres de la cultura a la que ellos decían pertenecer, eran tipos instruidos, que antes que nada eran músicos con una sabiduría notable, con una rebeldía que pasaba por la instrucción y no por la destrucción. Me jodía redondamente que del Indio Solari no tomaran también la otra parte, la del estudiante de filosofía durante la dictadura, del tipo leído y con una cultura más propia de un ratón de biblioteca, o que de Morrison solo quedara su descontrol y no su interior.

En los nerds yo veía la verdadera Rebeldía adolescente. Escuchar rock, dejarse el pelo largo, fumar en la esquina, llevar arito, vestirse (cuidadosamente) descuidado y emborracharse, pensaba, no exige ninguna valentía, al ser lo socialmente aceptado para la edad. Pensaba que animarse a estudiar, a leer, a debatir sobre política, a amar una mujer sobre todas las demás y animarse a escuchar también a los más viejos, era la verdadera Vanguardia. De alguna manera, los nerds fueron los antisistema de estos últimos veinte años, me daba vergüenza que mis compañeros no supieran los nombres de la clase política chorra que les estaba robando el futuro, que sentados en alguna esquina cualquiera no supieran cómo los estaban jodiendo toda esa caterva de mierda del menemismo y que ni siquiera se les ocurriera pensar en cambiar el mundo.

Durante mucho tiempo yo renegué de todos estos sentimientos, sentía que estaba en desventaja con el mundo por no haber adherido a “la naturaleza de un adolescente común”. Sin embargo hoy quiero dejar huella y marcar mi pensamiento: Hace falta un reconocimiento a esos pibes que, como yo, veían la vidriera desde fuera, porque ese cuasi nazismo fashion de las marionetas los dejaba fuera. Yo, que tuve mis noches de joda más de grande, pero con la conciencia para disfrutarlo, sabiendo que lo hacía porque yo quería y no porque me lo imponía nadie y que tuve que luchar mucho para salir de ese ostracismo al que, lamentablemente, me había adherido y resignado, quiero decir que no reniego de esa época, porque a pesar de todo no hice otra cosa que intentar expresarme y decir “loco, las cosas también pueden ser diferentes”.

No les voy a negar que me trajo inconvenientes haber sido un nerd, que todo me costó mucho más luego, y que tampoco me salvé de ser yo también muy prejuicioso y selectivo, pero tenía todo el derecho del mundo de disgustar de una cultura que era bastante descarnada y cruel. Mi mundo y el otro no eran más que dos polos, dos extremos y por tanto ninguno de los dos fue enteramente bueno. Abogo y soy partidario de que en la adolescencia haya extremos pero no extremismos, ni nerds ni burros. Que nadie crea que para disfrutar la noche, la joda, el sexo, el alcohol hace falta renegar de la educación y la intelectualidad, pero que tampoco nadie piense que para disfrutar del goce del pensamiento y el conocimiento es estrictamente necesario ser un fundamentalista antiboliche. Se que no descubro nada con esto que digo y admito que algo de desconfianza me quedó de ese otro lado. Pero entiendanme: es natural que ante tanto desprecio recibido uno se defienda y se vuelva un poco artero. Los años, afortunadamente, me han presentado un montón de gente de “el otro lado” que son excelentísimas personas. Así que si me permiten voy a organizar mi semana, este miércoles cumplimos un año y medio con mi Amor, y quizá le regale un libro y luego vayamos a bailar.

Permiso

jueves, julio 05, 2007

Los primeros días

A Miguel Gila


Hace unos años tuve una revelación; Una suerte de epifanía: escuché un monólogo de Gila. Allí el ilustre madrileño contaba que cuando nació, su madre no estaba en casa y que tuvo que arreglárselas solo. Menudo problema de mucha gente que no es el mío. Son muchos los hijos de madre ausente y los hijos de mala madre. Pero de esos no soy yo, muy al contrario, a mi madre le quiero mucho, pues es muy buena gente. Sin embargo me dejó pensando en las circunstancias en que yo nací. De pronto quise recordar mis primeros años, esos que se dan antes de aprender el castellano.

La historia que paso a contarles obedece a la más pura verdad y se tratan de mis más íntimos y antiguos recuerdos y sensaciones, sepan entender. La razón de mi demora en publicar es la redacción de esta nota, ni más ni menos: sucede que como son cosas que rondan mi memoria desde cuando era un bébe (la gente fina dice así, “bébe”, como dando una orden al sediento) debí traducirlas del idioma pre alfabético al español. Todo un desafío.

El idioma de los bebes ( el pre alfabético) es complicadísimo: para hablarlo uno debe babearse, gritar, mover los brazos y las piernas a la vez y llorar, llorar mucho. Lo cual no habría sido tan complicado si no hubiera sido por el pequeño detalle de que en casa se preocupaban bastante al verme en esos comportamientos. Imagínense un hombre de barba, joven, pero con barba, sentado frente al ordenador pataleando, cayéndosele la baba, aparentemente sin sentido, durante tanto tiempo.

La mayoría de los que leen estas notas deben haber nacido en ese espanto horroso llamado “década del ochenta”. Así que por ende sabran que, en esos años, aparte de vestirse muy mal, la gente no podía saber tu sexo hasta que nacías, salvo que tuvieras una abuela o tía de esas que con una cadenita y un anillo de oro sabían adivinarlo. Por eso mucha gente tejía escarpines amarillos y te compraban ropa neutra: para no ensartarse. Hay que entender, en ese entonces estaba La Mala (bueno ahora también, que va) y había que hacer mucha economía de los gastos. Por eso mis padres, que trabajaban mucho pero podían gastar poco, había arreglado con la cigüeña que me trajera el seis de enero, cosa que en un mismo regalo pudieran representar mi cumpleaños y mis Reyes.

Se que es difícil enterarse, ahora de grandes, que a los niños los trae la cigüeña. Para mi también fue complicado, y puedo entender que no me quieran creer. Sin embargo, es la más cruda realidad esto que cuento: hube de hacer un gran trabajo de introspección, y no en vano ahora voy a develar esto que los medios ocultan, contándonos cruentas historias de que el niño nace por un lugar tan pequeño. Todo es una historia que seguramente la inventó algún Papa para que la gente tuviera miedo de tener hijos y no tuviera tantas relaciones sexuales.

La suerte estuvo de mi lado. Las cigueñas, como todos los animales saben guiarse solo por la posición del sol en el horizonte, no tienen reloj, y todos los días que precedieron a mi arribo a Buenos Ayres estuvieron nublados. Así fue que el pajarraco, se confundió y me trajo un día antes, dejándome sobre uno de los miles de repollos que los médicos y enfermeras ponen en las terrazas de las maternidades Es todo un sistema, les diré, muy moderno, eh. La cigüeña aterriza pone al bebé dentro del repollo con el nombre de los padres y se marcha. Luego viene una enfermera y lo lleva con los padres. En otros lugares no anda tan bien el asunto: las cigüeñas deben entrar por el hall de entrada y aguardar en la sala de espera hasta que les toque número y venga una enfermera con un repollo o una planta de lechuga, (dependiendo del nivel de la maternidad) lo cual hace todo muy lento, incluso a veces sucede que algunas cigüeñas se van y le dejan el o los bebés a gente extraña…


Pero no las acusen de irresponsables. El problema es que no hay leyes laborales adecuadas para las trabajadoras aves que nos traen al mundo. El sindicato Cigüeñal está lleno de carneros, paradójicamente, y los empleadores las explotan con jornadas de doce horas y con entregas de diez bebés por hora, la cuál se denominan “score de hora / bebé”. Antes por ahí no les exigían tanto pero siempre vivían muy apuradas. Es por eso que la cigüeñas son grandes consumidoras de ansiolíticos y muchas sufren de stress y depresión. Si tienen las patas rojas es por lo mucho que trabajan, no por la pigmentación.

También está el caso de un amigo mío que tuvo que venir en paloma, porque estaban todas las cigueñas desbordadas, a raíz de que las empresas de transporte natal no tomaban más empleados. Pero las palomas son a veces un poco tontas, y la que traía a mi amigo se olvidó de llevarlo con los padres y se lo llevó con ella. Así fue que mi amigo vivió dos años en Plaza Flores comiendo miguitas que le tiraban los viejos y viviendo en un árbol. Incluso se había hecho amigo de unos murciélagos y se metía en los taparrollos de los departamentos cercanos. Será por eso que ahora es el roñoso que es. Así hasta que un día el guarda parque se dio cuenta del error y se lo llevó. “Ya me parecía que no eras paloma, hace dos años que estaba con la duda” dijo el tipo.

Volvamos a mi tema. Una de las cosas que más me llamaron la atención cuando me llevaron a mi casa fueron las puertas. No las puertas que daban a la calle pero sí ciertas puertas que separaban ambientes, no alcanzaba a entenderlas, es que siendo niño no tenía noción de la privacidad, por eso es que me dejaba sacar fotos desnudo, e incluso que me cambiaran sin decir “che respeten el pudor”. Es más: Cuando mi padre se iba al trabajo yo creía que le bastaba con traspasar la puerta para entrar al otro lugar, como si fuera una suerte de tele transporte. Era una teoría que había construido de ver abrir los armarios, sacar algo y volverlo a cerrar: siempre sacaban algo distinto y en ocasiones ¡metían una cosa y sacaban otra! Había algo de magia ahí! Como el caso del inodoro, que al año de haber llegado, y durante gran parte de mi infancia, me fascinaba porque uno tiraba cosas, bajaba la tapa, apretaba el botón y al rato ¡ya no estaba! Si dejé los pañales fue exactamente por eso, porque no tenían nada de extraordinario, lo que uno dejaba, allí quedaba, más en ese entonces que eran de tela.

Otra cosa que me lsorprendía eran las viejas. Como las primeras personas adultas que yo había visto tenían todos los dientes (o a lo sumo un barbijo), me llamaban la atención esas mujeres mayores que tenían la boca igual que yo, no podía ser… Incluso recuerdo a una señora de una casa de galletitas, que me caía muy bien porque solo tenía los dientes de adelante como Buggs Bunny. Yo la saludaba y me reía y la pobre mujer se emocionaba porque nadie la saludaba, y porque nadie le entraba a comprar. También me sorprendían porque todas me decían las mismas cosas: “Angelito de Dios” “Parece el Niño Dios”, “Qué Angelito!” En fin…

Sin embargo, si tengo que elegir una cosa que me subyugaba en esos días era la diversidad. En la nurserie, éramos todos muy parecidos (salvo el caso de uno que tenía pelos en la cara) y me resultaba increíble que los adultos fueran todos tan distintos. Por eso me gustaba más viajar en colectivo que en el coche. Viajar en bondi era comparable a lo que más tarde significó ir al zoológico. Había miles de caras, que subían y bajaban. El mundo se me revelaba como un lugar lleno de seres extraordinarios, los había muy gordos y muy flacos, gente con cara cómica y gente con cara de Calabró. Señores con unos pelos terribles entre la nariz y la boca. Ojos negros, claros, había africanos, también gente que reía y tenía los dientes amarillos, caras feas que luego aparecían en sueños y me hacían despertar en la madrugada…

Es mentira que los bebés hablan entre ellos, en realidad con los otros bebés nunca te entendés. Por eso cuando sos un recién nacido ni hablás con tus colegas… es que cuando uno nace, como antes decía, nace sin inhibiciones ni preconceptos, y no le interesa pasar por cortado. Aparte tampoco conoces la incomodidad de los ascensores, lo cual es una ventaja… Esa idea que impusieron los de “Mira quién habla”, es una patraña, cuando venís al mundo venís con lo puesto, y decís lo primero que se te ocurre. Con el tiempo más o menos vas armándote un idioma que luego reemplazas por el que hablan tus viejos solo porque te hartas de que no te entiendan. Porque te das cuenta que el día de mañana cuando quieras pedir una pizza te van a traer cualquier cosa menos lo que vos queres. Porque pedir una mamadera y que te traigan un oso de peluche es algo, la verdad, terriblemente frustrante.


Permiso...