Yo, a mis quince, prefería darle bola a “las cosas de viejo” no encontraba mi lugar en la noche, renegaba de los boliches, los tragos y las transas, sentía rechazo por ese mundo oscuro, aunque también debo decir miedo. Si bien estudiaba solo lo suficiente como para aprobar, y no era un alumno brillante, no podía dejar de sentir un poco de desprecio por ese síndrome de manada de mis compañeros. No podía entender por qué decían que el tango es triste cuando todos los sex symbol musicales de mi secundaria hablaban en sus letras de vidas torturadas, amores terminados y grandes dolores. Me daba cuenta que tenían esas opiniones porque la música que yo escuchaba no estaba de moda, pero que si llegaba estarlo iban a ser hasta más fanáticos que yo. Opinaban sin oir, mientras que yo sí escuchaba la música de ellos (estaba en todos lados). Yo me animaba a decir que no me gustaban los boliches aunque no fuera políticamente correcto decirlo.
No lograba encajar en ese mundo, donde mis congéneres rehuían hablar del Amor y se inclinaban en ufanarse de la cantidad de minas que habían besado en una sola noche, ni me esforzaba por intentarlo. Me dolía esa actitud de la gente que cometía abuso de poder sobre los que pensábamos distinto. Esa tiranía de los reveldes que, como todo absolutismo, abusaba de las minorías. Ese abuso que yo veía era el que me llenaba de bronca, el que me llevó a abrazar la causa de esos compañeros a veces tímidos, a veces feos, un poco aparatos y border, pero gente, gente con corazón, gente buenísima que debía soportar todo tipo de escarnios por animarse a saber cosas que los no nerds no sabían. Ante tanto fundamentalismo, también yo respondía con la misma moneda.
Si bien todos pasamos nuestra propia era de la boludez, me dolía ver como la mayoría era jauría, como la mayoría eran pseudos punkitos con el acento finito, que fingían ser chicos malos. Como toda esa estética indumentaria y musical no eran más que una simulación de épocas pasadas donde para ser rocker y desalineado realmente había que ser valiente. Porque lo que no sabían esos compañeros era que los próceres de la cultura a la que ellos decían pertenecer, eran tipos instruidos, que antes que nada eran músicos con una sabiduría notable, con una rebeldía que pasaba por la instrucción y no por la destrucción. Me jodía redondamente que del Indio Solari no tomaran también la otra parte, la del estudiante de filosofía durante la dictadura, del tipo leído y con una cultura más propia de un ratón de biblioteca, o que de Morrison solo quedara su descontrol y no su interior.
En los nerds yo veía la verdadera Rebeldía adolescente. Escuchar rock, dejarse el pelo largo, fumar en la esquina, llevar arito, vestirse (cuidadosamente) descuidado y emborracharse, pensaba, no exige ninguna valentía, al ser lo socialmente aceptado para la edad. Pensaba que animarse a estudiar, a leer, a debatir sobre política, a amar una mujer sobre todas las demás y animarse a escuchar también a los más viejos, era la verdadera Vanguardia. De alguna manera, los nerds fueron los antisistema de estos últimos veinte años, me daba vergüenza que mis compañeros no supieran los nombres de la clase política chorra que les estaba robando el futuro, que sentados en alguna esquina cualquiera no supieran cómo los estaban jodiendo toda esa caterva de mierda del menemismo y que ni siquiera se les ocurriera pensar en cambiar el mundo.
Durante mucho tiempo yo renegué de todos estos sentimientos, sentía que estaba en desventaja con el mundo por no haber adherido a “la naturaleza de un adolescente común”. Sin embargo hoy quiero dejar huella y marcar mi pensamiento: Hace falta un reconocimiento a esos pibes que, como yo, veían la vidriera desde fuera, porque ese cuasi nazismo fashion de las marionetas los dejaba fuera. Yo, que tuve mis noches de joda más de grande, pero con la conciencia para disfrutarlo, sabiendo que lo hacía porque yo quería y no porque me lo imponía nadie y que tuve que luchar mucho para salir de ese ostracismo al que, lamentablemente, me había adherido y resignado, quiero decir que no reniego de esa época, porque a pesar de todo no hice otra cosa que intentar expresarme y decir “loco, las cosas también pueden ser diferentes”.
No les voy a negar que me trajo inconvenientes haber sido un nerd, que todo me costó mucho más luego, y que tampoco me salvé de ser yo también muy prejuicioso y selectivo, pero tenía todo el derecho del mundo de disgustar de una cultura que era bastante descarnada y cruel. Mi mundo y el otro no eran más que dos polos, dos extremos y por tanto ninguno de los dos fue enteramente bueno. Abogo y soy partidario de que en la adolescencia haya extremos pero no extremismos, ni nerds ni burros. Que nadie crea que para disfrutar la noche, la joda, el sexo, el alcohol hace falta renegar de la educación y la intelectualidad, pero que tampoco nadie piense que para disfrutar del goce del pensamiento y el conocimiento es estrictamente necesario ser un fundamentalista antiboliche. Se que no descubro nada con esto que digo y admito que algo de desconfianza me quedó de ese otro lado. Pero entiendanme: es natural que ante tanto desprecio recibido uno se defienda y se vuelva un poco artero. Los años, afortunadamente, me han presentado un montón de gente de “el otro lado” que son excelentísimas personas. Así que si me permiten voy a organizar mi semana, este miércoles cumplimos un año y medio con mi Amor, y quizá le regale un libro y luego vayamos a bailar.
Permiso