viernes, diciembre 21, 2007

SERRAT

Recuerdo mi adolescencia tratando de imitar ese tartamudeo, ese tono cerrado al hablar estirando como una pregunta la última vocal, y ese conversar de cosas comprometidas, ese temblor demuele almas al cantar, esa sonrisa. Recuerdo unas gaviotas y la palabra “lar”, las camisas amplias y ese titiritero; El pelo largo, la guitarra y el hablar entornando la cabeza. Ese era mi sueño de adolescente, mi modelo, mi espejo, mi ojalá. Soñaba un teatro a localidades llenas y emocionarlos... soñaba... Aunque aquí vale sincerarse: no se por qué hablo en pasado, yo sigo soñando con eso, que va a hacer usted. Lo sigo soñando aunque ese sueño sea cada vez más duermevela. Porque antes que escritor, humorista u hombre de radio mi deseo más íntimo y profundo sigue siendo unir versos y acordes en plan de juglaría: artísticamente, nada me pone más la piel de gallina ni me refleja más que cantar. Aún sigo queriendo ser Joan Manuel Serrat, para ser más claros.

Si, Joan Manuel Serrat, ese tipo mezcla de dueño de bodega que no deja de ser el noi del Poble Sec, el tipo que con su marchamo un poco flamenco y cien por ciento catalá, formó parte de mi vida desde la infancia más niño. Quién sabe si este hombre sabe lo que ha influido en los millones de hogares anónimos donde alguna vez sonó. De niño, en los albores de la nueva democracia y tan poquito después de que mi viejo muriera, mi Vieja lo escuchaba en esos cassettes que surgían como agua por todos lados con las libertades nuevamente libres. Yo a mi modo sabía apreciarlo, aunque lo confundía con Víctor Heredia. Serrat era ese tipo de camisa blanca, y cejas renegridas que cantaba como si fuera el último día y hubiera que lanzarse a disfrutar porque la vida es corta.

Todavía hoy, con mis 26 años a punto de vencer lo sigo escuchando, y me sigue poniendo la piel de gallina de la misma forma. Y admito que lamento tanto, tanto, tanto no haberme dedicado a la música, siempre tengo un lugar para el luto de saber que nunca voy a compartir un escenario con él, que nunca me citarían para cantar en un homenaje a su persona en algún teatro español (y que si lo hicieran quizá no me animaría), que nunca me sacaran una de esas fotos hermosas donde Serrat sale de espaldas y todo el público de frente… que esa vida aparentemente hermosa del juglar solo voy a poder sospecharla, que esa musa un poco prima suya, hace mucho que no me viene a visitar.

¿Qué diablos viene a ser este sentimiento?¿Será un sueño de infancia que perdura caprichosamente como una astilla?¿Por qué cada vez que lo escucho a Serrat en un recital, se me llenan los ojos de lágrimas cuando pienso que no estoy ahí, en el proscenio? Y no hablo de fama, hablo de estar ahí, de la emoción de ver mi canción pariendo más viva que antes nunca en la fertilidad de cada boca, hablo del telón y las bambalinas; de recital, de ovación, de hacer el bien así tan sencilla y cotidianamente, nada más.

Con el tiempo fui resignándome a mi propia imposibilidad de concentrarme en algo, esta tristeza es hija de todas las cosas que empecé y nunca terminé. Y eso que, si hay algo solidario en mi vida han sido las puertas y las ventanas. Pero no supe o no quise. Hoy ya es tarde.

Recuerdo la primera vez que oí Pueblo Blanco, fue en un recital en vivo al que asistí en el gran Rex, me acuerdo el frío por la piel, la emoción en la garganta, la muda sorpresa, el absorver cada segundo y cada detalle de esa puesta en escena, el sentir cada verso tan increíblemente vivo y tocándome el alma con la yema de los dedos, la emoción de saber que yo también quería hacer algo tan majestuosamente hermoso.

Si algún adolescente con inquietudes similares está leyendo esta nota cuasi póstuma, le pido que no deje pasar los años como si nada pasara, la juventud es peligrosa más por lo calladamente que se va, que por los excesos que pueda albergar. No lo digo por sentirme viejo, muy al contrario, pero es necesario ser muy conciente de qué sueños uno quiere cumplir y cuales no; que hay cosas que quizá nunca se puedan realizar y que eso va a doler mucho, muchísimo. Pero, y atenti con esto, por favor: es peor el dolor cuando ni siquiera se intenta llevarlas a cabo. Nos han enseñado a no luchar, a que las cosas vienen siempre de arriba, como si los logros personales dependieran del ánimo del dueño del maná. Y eso no es así, (y ahora te hablo directamente, en primera persona) porque ya estamos en confianza: las cosas que valen la pena hay que pelearlas, perseguirlas, defenderlas. Jamás vendrán a buscarte para caminar si te ven siempre sentado, o mejor: nunca nadie te va a responder si estas siempre callado, porque como dice el maestro Atahualpa Yupanqui: no debe quedarse callado el que quiera ser Feliz.

Permiso

El Noi