domingo, abril 13, 2008

Cuatro

Despues de mucho tiempo acá estoy. ¡Si! No me olvidé de que atrás de esta ventana hay gente que sigue pasando a ver en que anda este tipo un tanto neurótico que vengo a ser yo.

Perdón por no ser muy creativo en lo que voy a decir pero es increíble lo lento que pasa una hora en un consultorio médico y lo rápido que se van cuatro meses. De pronto me fui a dormir un 21 de diciembre con una nota sobre Serrat y me desperté en abril con el pescado sin vender. Increíble.

Y no voy a venir con el cuento de que no se me ocurría nada, o de que sentía la necesidad de tomarme un tiempo. Para nada: ni ganas ni ideas faltaron... hubo ausencia de tiempo. Hubo irme de la empresa en la que trabajé desde mis diecinueva años y durante ocho temporadas... hubo madrugadas que antes no tenía y una jornada laboral actual de diez horas en una empresa de computación. Y está el proyecto de mi vida junto a mi Mujer, y toda la fuerza que hay que ponerle a eso.

Esta nota viene a ser un llamado para decir a quien quiera leerme que estoy vivo. Que no se me terminaron las palabras y escribo quizá más en carne viva que nunca. No se va a dar seguido: no comulgo con los blogs que hablan demasiado de la vida privada sin ponerle una pisca de imaginación, pero hoy lo necesito... Será porque mañana cumplo cuatro años en la red de redes dándole a la catramina a ver si en una de esas arranca y quiero mirar un poco hacia atrás con ustedes para ver en qué cosas acerté, en qué cosas fallé, ver qué carajo hice en todo este tiempo...

Mi primer blog se llamó Cavilaciones de un Oficinista y mi seudónimo era Coru. Era un blog serio, más político, muy Galeano, poético... el más prolijo, maduro y constante de todos los que hice, pero a la vez el más incompleto: tanto lo había estereotipado, que de pronto se había quedado sin lugar para el humor. para el cambio. De pronto el que lo escribía era otro muy distinto al que iba surgiendo. El del blog era el que yo creía / quería ser, un personaje políticamente comprometido que creía que para ser un buen artista debía forzarse a ser de izquierda... y Yo sin ser un liberal o un conserva tampoco soy un revolucionario.

Con el paso del tiempo, y como una metáfora de mi vida, el oficinista fue escapándose de la oficina y el blog pasó a llamarse Cavilaciones a secas. En mayo del 2006 publiqué la última nota: me había puesto de novio y sentía que ese Coru que ahora firmaba como hoy firmo ya no me representaba. Sin embargo no le cerré la puerta, todavía tengo un poco de nostalgia de ese blog soñador, donde tambièn descubrí mi beta periodística. Me hubiera gustado mucho que trascendiera, que se convirtiese en libro: que me hubieran reconocido por él.

Refresco fue un experimento que hubiera merecido mucha mejor suerte de la que tuvo. Si no llegó más lejos fue por las diferencias insalvables que tuvimos los que lo escribiamos. La idea era sencilla: la realidad de la vida cotidiana a veces necesita ser mejorada con la imaginación para que pueda ser interesante y para que, por consiguiente, pueda ser contada. Con Tango, la otra pata del blog, coincidíamos en que no tiene caso decir "fui a comprar tomates", así a secas, aunque así haya sucedido: es mucho mejor mentir un poco y decir "fui a comprar tomates y cuando llegué el verdulero estaba haciendo pis en la lechuga". Esa era la idea principal.

Fue un blog cosmopolita. Sin ser un exito masivo teníamos lectores de España, Venezuela, Estados Unidos, Uruguay, México; en Argentina nos seguía gente de Rosario, Córdoba, Mendoza. La interacción con ellos se hizo importante... un poco por eso empecé a concebir la idea de que el blog se pareciera cada vez maś a un programa de radio y propuse poner consignas para encaminar un poco los comentarios, para que aportaran y mejoraran la nota. De ahí a hacerse programa de radio hubo un paso.

Desde julio a diciembre de 2006 nos lanzamos a la aventura de transmitir Refresco en una emisora barrial que era tan grasa que el proyecto murió de un ataque cardíaco por arterias tapadas: Las diferencias entre los que escribíamos se hicieron tan notorias que se fue todo a la mierda. Finalmente terminé por pudrirme de Refresco sepan disculpar la expresión. Yo había dejado de sentirme reflejado con ese Noi trasnochado y eternamente adolescente. El mayor error que advierto no es solo el hecho de la falta de madurez para encarar cada escrito sino la triste falla de soñar proyectos antes que concretarlos.

Sin pensarlo, un día me encontré escribiendo en Lalocura el blog de Lalo Mir. Todo empezó de un modo más que extraño: me enfermaba que el tipo no respondiera los mensajes de los lectores. Y un día le escribí diciendo "che loco respondé los mensajes no te hagas el estrella". Y se ve que mucho no le gustó... Al otro día tenía un mail del tipo que me preguntaba quién era y que por qué me parecía mal que no respondiera. Mail va mail viene un día le escribí en referencia a una nota suya sobre los juguetes de antes. No sé por qué le gustó y lo mandó como nota.

Tengo que reconocer que era una nota escrita mirando el futuro con la nuca, como diría Mafalda y suscitó odios y apoyos por igual. Había gente que me acusaba de quáquero y de retrógrado, otra que coincidía. En fin, creo que exageraba un poco mi postura, pero se ve que gustó.... La segunda no me gustó mucho, y a Mir tampoco. Hablaba de esa manía de los medios por generarte culpa por las cosas que comés y si bien tuvo buena repercusión le faltaba alma, por así decir. Después vinieron el Club de la Pelea (laburo conjunto, un placer) y dos notas que me llenaron de orgullo: El Manual del Asador Argentino.

Escribir en el blog de Lalo fue un puente que me permitió descubrir lo lindo que es la respuesta masiva de la gente y gracias al que pude saltar de los blogs anteriores sin quedar en la calle. Durante un tiempo anduve como bola sin manija, con la idea de hacer algo pero sin saber qué. Así nació este singular espacio donde hoy me hallo. El nombre no lo se explicar, aunque tal vez venga de que la idea original era publicar una serie de ideas un poco caprichosas que tengo; teorías volubles y antojadizas que a veces vierto en mi grupo de amigos y que refuerzo con la frase "No me vas a decir que no".

Acá van a encontrar ecos de todas mis voces anteriores. La idea de este blog es también hallar mi propia voz por primera vez desde que escribo: no encasillarme en el humor o en la beta seria, saber equilibrar todos los idiomas con los que puedo hablar. Por fin puedo decir que quiero ser escritor. Les prometo que no me importa la fama sino el hecho de poder ser reconocido por hacer algo bueno que me trascienda el día que yo no esté.

Permiso...

viernes, diciembre 21, 2007

SERRAT

Recuerdo mi adolescencia tratando de imitar ese tartamudeo, ese tono cerrado al hablar estirando como una pregunta la última vocal, y ese conversar de cosas comprometidas, ese temblor demuele almas al cantar, esa sonrisa. Recuerdo unas gaviotas y la palabra “lar”, las camisas amplias y ese titiritero; El pelo largo, la guitarra y el hablar entornando la cabeza. Ese era mi sueño de adolescente, mi modelo, mi espejo, mi ojalá. Soñaba un teatro a localidades llenas y emocionarlos... soñaba... Aunque aquí vale sincerarse: no se por qué hablo en pasado, yo sigo soñando con eso, que va a hacer usted. Lo sigo soñando aunque ese sueño sea cada vez más duermevela. Porque antes que escritor, humorista u hombre de radio mi deseo más íntimo y profundo sigue siendo unir versos y acordes en plan de juglaría: artísticamente, nada me pone más la piel de gallina ni me refleja más que cantar. Aún sigo queriendo ser Joan Manuel Serrat, para ser más claros.

Si, Joan Manuel Serrat, ese tipo mezcla de dueño de bodega que no deja de ser el noi del Poble Sec, el tipo que con su marchamo un poco flamenco y cien por ciento catalá, formó parte de mi vida desde la infancia más niño. Quién sabe si este hombre sabe lo que ha influido en los millones de hogares anónimos donde alguna vez sonó. De niño, en los albores de la nueva democracia y tan poquito después de que mi viejo muriera, mi Vieja lo escuchaba en esos cassettes que surgían como agua por todos lados con las libertades nuevamente libres. Yo a mi modo sabía apreciarlo, aunque lo confundía con Víctor Heredia. Serrat era ese tipo de camisa blanca, y cejas renegridas que cantaba como si fuera el último día y hubiera que lanzarse a disfrutar porque la vida es corta.

Todavía hoy, con mis 26 años a punto de vencer lo sigo escuchando, y me sigue poniendo la piel de gallina de la misma forma. Y admito que lamento tanto, tanto, tanto no haberme dedicado a la música, siempre tengo un lugar para el luto de saber que nunca voy a compartir un escenario con él, que nunca me citarían para cantar en un homenaje a su persona en algún teatro español (y que si lo hicieran quizá no me animaría), que nunca me sacaran una de esas fotos hermosas donde Serrat sale de espaldas y todo el público de frente… que esa vida aparentemente hermosa del juglar solo voy a poder sospecharla, que esa musa un poco prima suya, hace mucho que no me viene a visitar.

¿Qué diablos viene a ser este sentimiento?¿Será un sueño de infancia que perdura caprichosamente como una astilla?¿Por qué cada vez que lo escucho a Serrat en un recital, se me llenan los ojos de lágrimas cuando pienso que no estoy ahí, en el proscenio? Y no hablo de fama, hablo de estar ahí, de la emoción de ver mi canción pariendo más viva que antes nunca en la fertilidad de cada boca, hablo del telón y las bambalinas; de recital, de ovación, de hacer el bien así tan sencilla y cotidianamente, nada más.

Con el tiempo fui resignándome a mi propia imposibilidad de concentrarme en algo, esta tristeza es hija de todas las cosas que empecé y nunca terminé. Y eso que, si hay algo solidario en mi vida han sido las puertas y las ventanas. Pero no supe o no quise. Hoy ya es tarde.

Recuerdo la primera vez que oí Pueblo Blanco, fue en un recital en vivo al que asistí en el gran Rex, me acuerdo el frío por la piel, la emoción en la garganta, la muda sorpresa, el absorver cada segundo y cada detalle de esa puesta en escena, el sentir cada verso tan increíblemente vivo y tocándome el alma con la yema de los dedos, la emoción de saber que yo también quería hacer algo tan majestuosamente hermoso.

Si algún adolescente con inquietudes similares está leyendo esta nota cuasi póstuma, le pido que no deje pasar los años como si nada pasara, la juventud es peligrosa más por lo calladamente que se va, que por los excesos que pueda albergar. No lo digo por sentirme viejo, muy al contrario, pero es necesario ser muy conciente de qué sueños uno quiere cumplir y cuales no; que hay cosas que quizá nunca se puedan realizar y que eso va a doler mucho, muchísimo. Pero, y atenti con esto, por favor: es peor el dolor cuando ni siquiera se intenta llevarlas a cabo. Nos han enseñado a no luchar, a que las cosas vienen siempre de arriba, como si los logros personales dependieran del ánimo del dueño del maná. Y eso no es así, (y ahora te hablo directamente, en primera persona) porque ya estamos en confianza: las cosas que valen la pena hay que pelearlas, perseguirlas, defenderlas. Jamás vendrán a buscarte para caminar si te ven siempre sentado, o mejor: nunca nadie te va a responder si estas siempre callado, porque como dice el maestro Atahualpa Yupanqui: no debe quedarse callado el que quiera ser Feliz.

Permiso

El Noi

miércoles, septiembre 12, 2007

La Guerra del Perro... Capìtulo 3

“Siempre me atrajo la hoja en blanco

Igual que los atardeceres y las ventanas”

Rulfo se quedó mirando los versos que flotaban en la hoja: todo esto del perro lo tenía casi exaltado. De pronto sentía que la musa tuerta y de rimas gastadas que, por las noches de su juventud soplábale versos para las compañeras del partido, había vuelto. Él, quizá con el mismo delirio que le vendía al Quijote una vieja por una Dulcinea del Tobozo, veía cantos sublimes en sus poesías cachuzas y mediocres, más propias de la prosapia de los que se hacen llamar “poetas de Buenos Aires” y se pintan el bigote, que de un verdadero Machado.

En los años de su Juventud, lo que pagaba era caminar por la calle con cara de soñador, con un libro de algún poeta bajo el brazo o leyéndolo. El llevaba siempre un Neruda, Paco Urondo no, porque era Monto y menos que menos Gelman, porque a decir verdad no le entendía un carajo... igual que a Urondo.

Rulfo no era precisamente un combativo; nuestro Hombre era alguien que había recalado en el partido por lo mismo que muchos camaleones como él: había buenas minas. Y él, con su facilidad de palabra, se había aprendido muy bien el discurso, decía lo que quedaba bien, y así encandilaba a las muchachitas nuevas que caían embelesadas por su discurso de Che de Remera. Pero ojo, no solo estaba por el levante, sino también por moda, el discurso de izquierda quedaba bien y “revolución social” era una marca con más pego que Levi’s. Él era uno de esos que abundan en toda época: adhería a esos bellos follajes solamente por el color de las hojas, por eso, ni bien arreció el otoño, hizo mutis por el foro y no vaciló en cambiar de rama.

Esa noche cuando se acostó, recordó a su fitito descapotable, y a Glenda, a Carmen, a Mirna (esa q ahora era diputada) y a cada una de las compañeras del partido que habían pasado por el asiento de atrás de ese coche. Entonces, mirando luego a su perro (que seguía desmayado) y luego a la constelación de hongos del techo de su cuarto, dijo “Venceremos”, y se quedó dormido, dejando al televisor monologando un Manchester City – Old Trafford del día anterior.

Eran las diez de la mañana, cuando volvió a llamar a la señora pidiéndole imperativamente que aceptara a Chicho (Trotskyto). Como Pedro, la señora negó tres veces, solo que en otro horario y dos mil siete años después. A través del tamiz del teléfono, su voz le resultó idéntica a la de su madre y su desprecio, multiplicado por mil. Le dolía ese margen al que la vida lo relegaba siempre, lo torturaba sentir ese desprecio materno manando de cada boca de mujer que había pasado por su vida. Su madre había muerto antes de que él pudiera decirle nada, todas sus tías (inclusive Nené) habían muerto sin regalarle unas palabras de redención, y lo que es peor: sin darle chances de vengarse, y sin herencia. Pero esto no era una cuestión de plata ya, poco importaba la casi diaria interpelación de las acreencias: a través de la vieja, creía poder hacerse de la justicia que su corazón reclamaba.

“Raquel ¿me acompañás mañana a llevar un perro de la calle a su dueña?. Rulfo empezaba a mover sus fichas y esta vieja, prima suya, que vendía La Solidaria en una esquina de Belgrano y que participaba en algo parecido a MAPA, le pareció un peón torre rey.

“Sí, claro” y en la voz se notaba la tácita pregunta “¿por qué hace falta que vaya yo?”

“Mirá Raquel,, ando con una bronca. ¿Sabés? el otro día vi como una señora echaba a la calle a su perrito... lo llevé conmigo para curarlo y ahora la dueña –se cuidó de no decir vieja- no me lo acepta porque dice que no es si perro... ¿Sabés lo que debe ser para el pobre animalito esta situación? Denigrante Raquel, denigrante, ya no se donde vamos a parar. Si viera las fiestas que el perro le hacía a la mujer! ¡el brillo de esos ojitos! Estamos todos locos?No se què hacer... Es la segunda vez que voy, necesito que me acompañes para que recapacite, me insulta, me dice que me va a denunciar, me cierra la puerta en la cara”.

Eso le tocó la moral a la mujer, le extrañaba que su primo (que siempre le había parecido un inmaduro) ahora sintiera tanta desdicha por un perro de la calle... Sin embargo, algo había echo que él también sintiera ese apostolado canil, esa opción por los pobres (animales) y mirando el San Cayetano de plástico sobre la heladera se dijo que lo iba a ayudar

“¿Cómo que te insulta?, le preguntó.

Rulfo interiormente supo que había picado y reforzó su dialéctica con malevolencia: “Me dice que soy un belinun (en realidad me dice más fuerte, pero me da pudor prima) igual que todos los que nos dedicamos a cuidar a los animales... Dice que somos unos inoperantes, que nos interesamos en los animales porque no sabemos ganarnos el afecto de la gente...” Había veneno en esas palabras: Rulfo estaba haciéndole decir a su adversaria las cosas que realmente él pensaba de su prima y que nunca le había dicho. “Yo necesito que me acompañes, pero a hablar con ella, no a llevarle al perrito... No se si pueda aguantarlo pobre animalito, lo tengo en una veterinaria, un dálmata precioso, mirá...

“Dalo por hecho, voy a ir con Araceli, la señora de las polainas”

Total que se pasaron los datos y al día siguiente estaban Rulfo, Raquel, Araceli y una señora con un saco verde tejido con flores rojas, que nadie sabía como se llamaba pero que era de la asociación. “Vos dejanos a nosotras, primo, esta señora quizá se guíe por tu aspecto, pero no ve tu corazón” le dijo mientras tocaba el timbre.

Abrió la puerta la anciana y Raquel, acomodando la carpeta de cartón que siempre llevaba se apresuró a hablar:

“Señora, tenemos que hablar con usted, somos de una asociación de defensa de los animales y un gran amigo nuestro tiene a su perro, pero dice que usted no se lo quiere aceptar”

“No, por Dios, no me diga que el vago ese las mandó, pretendía darme un perro que no era el mío”

“Perdón pero el perro que él tiene es el suyo”

La dueña de casa hizo un ademán de violencia, evidentemente tenía poca paciencia: “No señora, usted no va a venir a decirme lo que vi, decir que esa rata era mi perro, sería como decir que usted es Brigitte Bardott porque cuida animales, no tiene sentido”

“Señora, yo no seré Brigitte Bardott, y entiendo que estaría muy cambiado, pero decir que ese perro no es su perro es tan disparatado como decir que usted es Dante Caputto por los bigotes que tiene”

Estocada terrible. Rulfo escuchaba y se deleitaba, sabía que una discusión entre mujeres una vez empezada no tenía final, podía tener intervalos pero nunca jamás terminaría, ni siquiera con la muerte de una de las partes. La vieja cerró la puerta y volvió con un porta retratos de su perro dálmata...
"Mire, señora, este es Chicho", remarcó lo de Chicho y agregó irónicamente con ampulosos gestos de los brazos: "un dálmata: grande, blanco, con manchas negras y hocico alargado, mmm? El señor me trajo un perro de la calle todo sucio, sarnoso, con las patas chuecas y cortas, con canas en el hocico y y los dientes de abajo salidos para afuera... Dígame usted como se sentiría si se le pierde un ovejero y un idiota se empecina en devolverle un perro salchicha!

La señora de las polainas tratando de intervenir dijo con su acento madrileño:

“Señora, no me va a decir que en su fuero íntimo, en su psicología más interna usted no siente remordimientos”

“No, porque la ociosidad es la madre de todas las psicologías” respondió citando a Nietzche la dueña, y se hizo un silencio, un rato largo.

“Usted se hace la digna señora y seguro que es una puta” sentenció la señora de saquito verde, sorpresivamente, rompiendo la veda. Detrás de sus anteojos culo de botella se adivinaba una mirada de fiereza. Fue como un balde de agua fría, para las otras dos activistas, incluso Rulfo tuvo que hacer esfuerzos para no reirse... Interiormente se restregaba las manos y se volvía a asegurar que esa guerra no tendría Conferencia de Yalta ni Bomba de Hiroshima.

“Miren digan lo que quieran, ratas crueles, pero ese no es mi Chicho”, dijo y le tembló la voz. Cerró dando un portazo. “Váyanse, a la puta que los parió o llamo a la policía”, agregó desde dentro.

“Señora esto no termina acá, usted tiene el DEBER de aceptar a ese pobre animalito de Dios, ya va a tener noticias nuestras, llame a quien llame” dijo Raquel que, sin dejar pasar un minuto empezó a llamar amigas y a gesticular y a sonreír y a levantar los puños. Algo estaba organizando.

Tres horas después, veinte viejas batían pequeños carteles de cartulina y gritaban consignas a favor de la aceptación de Chicho. Rulfo no lo podía creer, era un conato de pullóveres chillones, medias de colores y zapatillas de abrigo. Por momentos temía que el asunto se estuviera yendo de sus manos y se arrepentía de haberla llamado a su prima. “Vos dejame a mí” era toda la respuesta que recibía. Sentía que estaba perdiendo protagonismo, ninguna de las manifestantes le respondían y también creía ver en ellas ese desprecio maternal, incluso en su prima. Aunque ese estar de las cosas también le daba margen de escapar si la cosa se ponía fea... Tenía que hacer algo urgente, la policía había caído dos veces a advertir y era muy probable que volviera a caer... Los vecinos se acercaban y hablaban con Raquel, no con él, y esta era su venganza, la que había soñado tanto tiempo. Un poco contrariado se fue a sentar en un banco de la plaza de enfrente.

Al promediar la tarde, ya había todo una protesta de lo más variopinta, incluso los muchachos de un partido de izquierda de ahí a la vuelta agitaban una bandera del Che y un cartel que decía "Fuera Bush" que se mezclaban con un grabador ignoto que trinaba canciones de Gilda.

“NO PIENSO ACEPTAR AL PERRO VÁYANSE DE MI VEREDA VIEJAS DE MIERDA!!!” , se escuchó gritar desde una de las ventanas y un huevo surcó el espacio aéreo de la protesta, cayendo muy cerca de la señora de verde. Pronto toda una suerte de proyectiles se avalanzó sobre la ventana desde donde parecía venir la voz, incluso un corpiño enorme que quedó colgando de un árbol.

“¡¡¡¡NO TENÉS MADRE, BIGOTUDA!!!!” gritó la masa. Habían pasado ya más de seis horas de protesta y tenía que hacer algo, cada vez más vecinos y curiosos se acercaban ante tanta maroma y hablaban con Raquel. Desde su lugar en la plaza de enfrente a Rulfo todo le parecía una manifestación por el cumpleaños de Sandro, y esa vereda de lo más rancio de Villa Devoto, de pronto era Banfield... Sin embargo Rulfo no era el Gitano, sino un ignoto marido. De pronto, Raquel gritó:

“SI NO ACEPTÁS A TU PERRO ME ENCADENO A ESTE POSTE!!!!”

Rulfo se paró para ver mejor. No supo como aparecieron las cadenas, pero ahí estaban, dos mujeres enroscaron los eslabones al poste. Todas la aplaudían, un rato después volvía la policía intentando desencadenarla y deshacer la protesta, pero las mujeres formaron cuadro. Los chicos del partido de izquierda y una agrupación piquetera que había llegado hacía instantes aprovecharon para tener su octubre rojo, a pesar de que no entendían bien las razones por las que peleaban y se armó una batahola de forcejeos y palazos. Los policías tuvieron que resignarse a formar un cordón alrededor de la manifestación debido al repudio de los vecinos que veían una injusta batalla con reminiscencias a las protestas de los jubilados en los noventa. Cuando se hicieron las siete y media de la tarde varios medios habían caído a la escena.

Pasaron varias horas más, al caer la noche dos fogatas en las esquinas refulgían en los adoquines colorados de la calle. En la plaza de enfrente Rulfo observaba todo con las manos en los bolsillos y gesto de frustración. Era un mero observador, la cosa se había aliviado un poco, la mayoría de la gente se había dispersado, salvo el nucleo duro de la protesta. Alguien habia escrito con aerosol "libertad a Cacho Bonetti, luchador social" en la vereda de la vieja. Seguían cayendo curiosos y un móvil de Crónica documentaba todo.

Entre tanta cosa apareció una mujer de trajecito celeste y medias de red blancas, era Mirna, ex compañera suya en el partido y actual diputada de la ciudad. Era mejor que no lo viera: en su momento él la había dejado por otras dos camaradas que estaban mucho mejor. El banco de la plaza estaba tornándose incómodo y se acomodó un poco; la vio hablar con Raquel airadamente mientras asentía con la cabeza. Su prima lo buscaba con la mirada. Entonces Rulfo se levantó y empezó a caminar hacia el coche, se había olvidado de Trotskyto que había quedado inconciente en el asiento trasero. Cuando estaba a media cuadra se paró para ver todo de lejos, era mejor no encontrarse con Mirna. Se lamentó por como había resultado todo, "era buena plata" se dijo, dio media vuelta y se fue caminado despacio rumbo al Dacia.


Fin

jueves, agosto 09, 2007

La Guerra del Perro (capítulo 2)

“Qué quiere” dijo la mujer, sin ni siquiera esbozar un tono de pregunta más si de desconfianza. Se notaba que formulaba la frase simplemente por trámite, que atrás de esa presunta ignorancia en realidad había una certeza, que se transparentaba en la mirada de desprecio que lo seguía recorriendo de pies a cabeza.

“Tengo a Chicho” anunció acomodándose los pocos pelos que le quedaban e hizo ademán de entregarle a Trotskyto, que estaba aún desmayado.

“Mi perro es un dálmata” dijo la mujer con una mirada filosa entre desconfiada e irónica. Rulfo se dio cuenta que aquello era inapelable, era más fácil hacer pasar a su perro por un cobayo que por un dálmata. Sin embargo prosiguió, pues necesitaba la plata:

-“Escucheme, no puede no aceptar a su perro, por más cambiado que usted lo encuentre”

“¿Cambiado? Ese no es mi perro señor” y le mantuvo la mirada...

“Señora, este es Chicho, no me lo puede negar”

“Cómo no voy a poder! Ese no es mi Chicho, mi perro es un dálmata le dije! ¿A usted le parece que guarda algún parecido este cuzquito con un dálmata? Ni manchas tiene!”. Conciente del imposible pero tozudo Rulfo espetó:

“Señora, no quiero pensar que usted no me acepta a su perro”

“No me importa lo que piense, va a tener que entender igual: mi perro es completamente diferente, le agradezco se haya acercado pero no es” y la mujer hizo ademán de cerrar la puerta. Dispuesto a todo, Rulfo tiró un manotazo de ahogado y otro sobre la puerta -Trotskyto bamboleaba la cabeza-:

“Señora, si usted no me acepta a Chicho, voy a entender que usted esta abandonando a su perro y voy a tener que denunciarla por ello”

La mujer quedó congelada, nunca jamás la habían denunciado por nada, pero más la sorprendia que le saltaran con eso..

“Usted está borracho no?" y como si hiciera falta aclararlo agregó: "yo no puedo abandonar lo que nunca tuve, por favor no me moleste” y cerró la puerta.

“Usted lo que no tiene es corazón!” gritó Rulfo. Desde dentro la mujer le respondió:

“Usted lo que no tiene es vergüenza, váyase o llamo a la policía”

“El que va a llamar a la policía soy yo, usted está haciendo abandono en vía pública de un animal indefenso". Ni bien terminó de decir esas palabras, se sorprendió a si mismo, era un caso perdido y tampoco es que fuera tan necesaria la plata. Pero había algo en él que lo hacía querer seguirla esa situación: esa mujer le recordaba a su madre.

miércoles, agosto 01, 2007

La Guerra del Perro (capítulo 1)

Al Negro Fontanarrosa.

"Será posible que algunos tengan tanto y otros tan poco?", dijo, mientras apuraba un pedazo de bondiola mirando el río y, usando una de las pocas convicciones que le quedaba de cuando militaba en el PC, se indignó vagamente. Rulfo era de esos hombres que de a poco había ido cambiando sus dudosos ideales en el banco por billetes más chicos o por monedas. No era precisamente una mala persona, sino alguien a quién, simplemente, el fin de la historia lo había afectado mucho antes que la caída del Muro de Berlín, era más resentido que rencoroso.

Tenía sesenta y cuatro años y por cierta convicción pariente lejana del anarquismo primero y luego porque -lisa y llanamente- jamás le había preocupado, Rulfo aportó nada a la Caja de Jubilaciones y pasó sus años vendiendo importados en el Once, libros para colorear en el colectivo y, finalmente, manejando taxis ajenos había llegado a su actualidad, viviendo indecentemente pero sin penurias; sin pensar que la vejez era algo que no se podía postergar dejando de pensar en ella.

Por su vida habían pasado tres esposas: la primera una compañera del partido que hoy era diputada de la ciudad, la segunda una artesana de Plaza Francia, ligada a la mafia de los hippies y la tercera una empleada del sindicato de taxis (con la que tuvo un hijo), fallecida al caer en un pozo séptico. Según su madre, Rulfo era un bohemio, pero leyendo entre líneas se adivinaba que el término "bohemio" estaba usado como sinónimo de "sucio". Bastaba una rápida comprobación visual para entender esto: La camisa blanca con el cuello rozado, los mismos jeans medio engrasados, los zapatos deslucidos...

Esos días de Agosto lo encontraban viviendo en un departamento mugriento de Lugano, que le había quedado en herencia de su tercer matrimonio, junto con Trotskito, un perrito negro de patas cortas, medio desforme, disfónico y más feo que no se qué. Tan acostumbrado estaba a su vida, que al volver de sus doce horas de taxista no olía nada en especial, cuando lo salían a recibir un tufo hediondo, hijo de más de veinte años de cigarrillos negros, frituras, mugre, olor corporal y humedad.

Ese día había vuelto medio risueño: aunque a su modo se había vuelto uno más, aún seguía manteniendo ese desprecio hacia la clase media tan característico de la izquierda, que lo hacía mirar sarcásticamente ciertas costumbres burguesas, entre ellas esa grasada de escribir en primera persona los cartelitos de perros perdidos, como si fuera el animal mismo quien hablara.

"Mi nombre es Chicho, tengo 14 años y extraño mucho a mi mamá" retumbaba en su mente. "Vieja ridícula…", decía entre risas, "¡Además, pagar esa cantidad de guita por un perro!"… Rulfo sabía esto, porque mientras almorzaba en un carrito de la Costanera, esa mañana, había llamado preguntando cuanto ofrecían, y una joven desabrilda, a la menor insinuación, había resbalado la cifra.

"Es buena plata" cavilaba mientras cenaba un paty medio grasoso con unas papas fritas. "Si pudiera encontrar ese perro" "Ay ay ay" y miraba fijamente a Trotskyto y masticaba y miraba a Trotskyto que jugaba con un hueso de aquel asado de navidad en el sindicato y agarraba unas papas y miraba a Trotskyto… ¿Y si le llevaba su perro y lo hacía pasar por Chicho? No había foto en los afiches, las deudas le apretaban el gañote y perdido por perdido podía así también deshacerse de ese animal que, si bien quería también le traía remordimientos de su última esposa.

“Hola, buen día” dijo a la mañana siguiente “disculpe que la moleste, pero creo que tengo a Chicho” y no dijo más. Lo atendió la misma muchacha y ni siquiera le preguntó cómo era el perro, solo se limitó a darle la dirección, a un par de cuadras de la plaza Devoto.

Rulfo apuró unos mates y salió con Trotskyto. Ni siquiera lo peinó o lo bañó. Uno podría pensar que eso se debía a una cuidada estrategia para hacer creíble que el perro había estado en la calle, pero no: Rulfo no lo bañaba porque no quería. Te digo más: seguramente si el can hubiera podido sorprenderse, lo hubiera hecho gratamente: hacía casi un año que no veía la calle. En las márgenes de la vereda los esperaba el Dacia cachusiento, primo gemelo del Renault 12, que el hijo de Rulfo había dejado cuando huyó de su casa. El viejo, que se había cagado de risa de Jorge Donn cuando se enteró que su hijo se había ido como monje al medio del Tibet, en realidad no podía reírse mucho porque el Fabián se había enrolado como cocinero en un buque pesquero con bandera del Zaire.

El coche corcoveaba cíclicamente con un rebuzno macartista, estaba vencido para un costado, y como la palanca de cambios estaba jodida en la segunda, iba a no más de veinte. Además se le estaban jodiendo los frenos de tanto usarlo como un karting... Hacía un calor de locos y ni pensar en aire acondicionado, si ni siquiera podía usar la radio: el motor zumbaba hipnóticamente, tapando cualquier sonido, inclusive los de la calle. “Maldito coche” dijo, secándose la transpiración y estacionó en la plaza Devoto, si la vieja lo veía bajar de ese auto quien sabe si le abría la puerta. Quizá como un presagio, tal vez como un aviso, cuando bajó del auto Rulfo pisó mierda de perro.

Continuará...

lunes, julio 23, 2007

Yo, nerd

Durante toda la secundaria fui un nerd, pero no por vocación, sino por solidaridad. Puede sonar raro pero es así. La adolescencia, territorio de la rebeldía, exige siempre que tomes partido por una vereda o por la otra. Sin embargo, los noventa de mi segunda década de vida eran los tiempos del fin de la historia, del final de las ideologías revolucionarias, la era del destape, de la captación definitiva del rock por parte del capital con su MTV, su Billboard, sus rankings masivos, su consumismo y su merchandising. Paradójicamente, hacerse el rebelde era estar con el sistema, serlo verdaderamente era algo muy distinto.

Yo, a mis quince, prefería darle bola a “las cosas de viejo” no encontraba mi lugar en la noche, renegaba de los boliches, los tragos y las transas, sentía rechazo por ese mundo oscuro, aunque también debo decir miedo. Si bien estudiaba solo lo suficiente como para aprobar, y no era un alumno brillante, no podía dejar de sentir un poco de desprecio por ese síndrome de manada de mis compañeros. No podía entender por qué decían que el tango es triste cuando todos los sex symbol musicales de mi secundaria hablaban en sus letras de vidas torturadas, amores terminados y grandes dolores. Me daba cuenta que tenían esas opiniones porque la música que yo escuchaba no estaba de moda, pero que si llegaba estarlo iban a ser hasta más fanáticos que yo. Opinaban sin oir, mientras que yo sí escuchaba la música de ellos (estaba en todos lados). Yo me animaba a decir que no me gustaban los boliches aunque no fuera políticamente correcto decirlo.

No lograba encajar en ese mundo, donde mis congéneres rehuían hablar del Amor y se inclinaban en ufanarse de la cantidad de minas que habían besado en una sola noche, ni me esforzaba por intentarlo. Me dolía esa actitud de la gente que cometía abuso de poder sobre los que pensábamos distinto. Esa tiranía de los reveldes que, como todo absolutismo, abusaba de las minorías. Ese abuso que yo veía era el que me llenaba de bronca, el que me llevó a abrazar la causa de esos compañeros a veces tímidos, a veces feos, un poco aparatos y border, pero gente, gente con corazón, gente buenísima que debía soportar todo tipo de escarnios por animarse a saber cosas que los no nerds no sabían. Ante tanto fundamentalismo, también yo respondía con la misma moneda.

Si bien todos pasamos nuestra propia era de la boludez, me dolía ver como la mayoría era jauría, como la mayoría eran pseudos punkitos con el acento finito, que fingían ser chicos malos. Como toda esa estética indumentaria y musical no eran más que una simulación de épocas pasadas donde para ser rocker y desalineado realmente había que ser valiente. Porque lo que no sabían esos compañeros era que los próceres de la cultura a la que ellos decían pertenecer, eran tipos instruidos, que antes que nada eran músicos con una sabiduría notable, con una rebeldía que pasaba por la instrucción y no por la destrucción. Me jodía redondamente que del Indio Solari no tomaran también la otra parte, la del estudiante de filosofía durante la dictadura, del tipo leído y con una cultura más propia de un ratón de biblioteca, o que de Morrison solo quedara su descontrol y no su interior.

En los nerds yo veía la verdadera Rebeldía adolescente. Escuchar rock, dejarse el pelo largo, fumar en la esquina, llevar arito, vestirse (cuidadosamente) descuidado y emborracharse, pensaba, no exige ninguna valentía, al ser lo socialmente aceptado para la edad. Pensaba que animarse a estudiar, a leer, a debatir sobre política, a amar una mujer sobre todas las demás y animarse a escuchar también a los más viejos, era la verdadera Vanguardia. De alguna manera, los nerds fueron los antisistema de estos últimos veinte años, me daba vergüenza que mis compañeros no supieran los nombres de la clase política chorra que les estaba robando el futuro, que sentados en alguna esquina cualquiera no supieran cómo los estaban jodiendo toda esa caterva de mierda del menemismo y que ni siquiera se les ocurriera pensar en cambiar el mundo.

Durante mucho tiempo yo renegué de todos estos sentimientos, sentía que estaba en desventaja con el mundo por no haber adherido a “la naturaleza de un adolescente común”. Sin embargo hoy quiero dejar huella y marcar mi pensamiento: Hace falta un reconocimiento a esos pibes que, como yo, veían la vidriera desde fuera, porque ese cuasi nazismo fashion de las marionetas los dejaba fuera. Yo, que tuve mis noches de joda más de grande, pero con la conciencia para disfrutarlo, sabiendo que lo hacía porque yo quería y no porque me lo imponía nadie y que tuve que luchar mucho para salir de ese ostracismo al que, lamentablemente, me había adherido y resignado, quiero decir que no reniego de esa época, porque a pesar de todo no hice otra cosa que intentar expresarme y decir “loco, las cosas también pueden ser diferentes”.

No les voy a negar que me trajo inconvenientes haber sido un nerd, que todo me costó mucho más luego, y que tampoco me salvé de ser yo también muy prejuicioso y selectivo, pero tenía todo el derecho del mundo de disgustar de una cultura que era bastante descarnada y cruel. Mi mundo y el otro no eran más que dos polos, dos extremos y por tanto ninguno de los dos fue enteramente bueno. Abogo y soy partidario de que en la adolescencia haya extremos pero no extremismos, ni nerds ni burros. Que nadie crea que para disfrutar la noche, la joda, el sexo, el alcohol hace falta renegar de la educación y la intelectualidad, pero que tampoco nadie piense que para disfrutar del goce del pensamiento y el conocimiento es estrictamente necesario ser un fundamentalista antiboliche. Se que no descubro nada con esto que digo y admito que algo de desconfianza me quedó de ese otro lado. Pero entiendanme: es natural que ante tanto desprecio recibido uno se defienda y se vuelva un poco artero. Los años, afortunadamente, me han presentado un montón de gente de “el otro lado” que son excelentísimas personas. Así que si me permiten voy a organizar mi semana, este miércoles cumplimos un año y medio con mi Amor, y quizá le regale un libro y luego vayamos a bailar.

Permiso

jueves, julio 05, 2007

Los primeros días

A Miguel Gila


Hace unos años tuve una revelación; Una suerte de epifanía: escuché un monólogo de Gila. Allí el ilustre madrileño contaba que cuando nació, su madre no estaba en casa y que tuvo que arreglárselas solo. Menudo problema de mucha gente que no es el mío. Son muchos los hijos de madre ausente y los hijos de mala madre. Pero de esos no soy yo, muy al contrario, a mi madre le quiero mucho, pues es muy buena gente. Sin embargo me dejó pensando en las circunstancias en que yo nací. De pronto quise recordar mis primeros años, esos que se dan antes de aprender el castellano.

La historia que paso a contarles obedece a la más pura verdad y se tratan de mis más íntimos y antiguos recuerdos y sensaciones, sepan entender. La razón de mi demora en publicar es la redacción de esta nota, ni más ni menos: sucede que como son cosas que rondan mi memoria desde cuando era un bébe (la gente fina dice así, “bébe”, como dando una orden al sediento) debí traducirlas del idioma pre alfabético al español. Todo un desafío.

El idioma de los bebes ( el pre alfabético) es complicadísimo: para hablarlo uno debe babearse, gritar, mover los brazos y las piernas a la vez y llorar, llorar mucho. Lo cual no habría sido tan complicado si no hubiera sido por el pequeño detalle de que en casa se preocupaban bastante al verme en esos comportamientos. Imagínense un hombre de barba, joven, pero con barba, sentado frente al ordenador pataleando, cayéndosele la baba, aparentemente sin sentido, durante tanto tiempo.

La mayoría de los que leen estas notas deben haber nacido en ese espanto horroso llamado “década del ochenta”. Así que por ende sabran que, en esos años, aparte de vestirse muy mal, la gente no podía saber tu sexo hasta que nacías, salvo que tuvieras una abuela o tía de esas que con una cadenita y un anillo de oro sabían adivinarlo. Por eso mucha gente tejía escarpines amarillos y te compraban ropa neutra: para no ensartarse. Hay que entender, en ese entonces estaba La Mala (bueno ahora también, que va) y había que hacer mucha economía de los gastos. Por eso mis padres, que trabajaban mucho pero podían gastar poco, había arreglado con la cigüeña que me trajera el seis de enero, cosa que en un mismo regalo pudieran representar mi cumpleaños y mis Reyes.

Se que es difícil enterarse, ahora de grandes, que a los niños los trae la cigüeña. Para mi también fue complicado, y puedo entender que no me quieran creer. Sin embargo, es la más cruda realidad esto que cuento: hube de hacer un gran trabajo de introspección, y no en vano ahora voy a develar esto que los medios ocultan, contándonos cruentas historias de que el niño nace por un lugar tan pequeño. Todo es una historia que seguramente la inventó algún Papa para que la gente tuviera miedo de tener hijos y no tuviera tantas relaciones sexuales.

La suerte estuvo de mi lado. Las cigueñas, como todos los animales saben guiarse solo por la posición del sol en el horizonte, no tienen reloj, y todos los días que precedieron a mi arribo a Buenos Ayres estuvieron nublados. Así fue que el pajarraco, se confundió y me trajo un día antes, dejándome sobre uno de los miles de repollos que los médicos y enfermeras ponen en las terrazas de las maternidades Es todo un sistema, les diré, muy moderno, eh. La cigüeña aterriza pone al bebé dentro del repollo con el nombre de los padres y se marcha. Luego viene una enfermera y lo lleva con los padres. En otros lugares no anda tan bien el asunto: las cigüeñas deben entrar por el hall de entrada y aguardar en la sala de espera hasta que les toque número y venga una enfermera con un repollo o una planta de lechuga, (dependiendo del nivel de la maternidad) lo cual hace todo muy lento, incluso a veces sucede que algunas cigüeñas se van y le dejan el o los bebés a gente extraña…


Pero no las acusen de irresponsables. El problema es que no hay leyes laborales adecuadas para las trabajadoras aves que nos traen al mundo. El sindicato Cigüeñal está lleno de carneros, paradójicamente, y los empleadores las explotan con jornadas de doce horas y con entregas de diez bebés por hora, la cuál se denominan “score de hora / bebé”. Antes por ahí no les exigían tanto pero siempre vivían muy apuradas. Es por eso que la cigüeñas son grandes consumidoras de ansiolíticos y muchas sufren de stress y depresión. Si tienen las patas rojas es por lo mucho que trabajan, no por la pigmentación.

También está el caso de un amigo mío que tuvo que venir en paloma, porque estaban todas las cigueñas desbordadas, a raíz de que las empresas de transporte natal no tomaban más empleados. Pero las palomas son a veces un poco tontas, y la que traía a mi amigo se olvidó de llevarlo con los padres y se lo llevó con ella. Así fue que mi amigo vivió dos años en Plaza Flores comiendo miguitas que le tiraban los viejos y viviendo en un árbol. Incluso se había hecho amigo de unos murciélagos y se metía en los taparrollos de los departamentos cercanos. Será por eso que ahora es el roñoso que es. Así hasta que un día el guarda parque se dio cuenta del error y se lo llevó. “Ya me parecía que no eras paloma, hace dos años que estaba con la duda” dijo el tipo.

Volvamos a mi tema. Una de las cosas que más me llamaron la atención cuando me llevaron a mi casa fueron las puertas. No las puertas que daban a la calle pero sí ciertas puertas que separaban ambientes, no alcanzaba a entenderlas, es que siendo niño no tenía noción de la privacidad, por eso es que me dejaba sacar fotos desnudo, e incluso que me cambiaran sin decir “che respeten el pudor”. Es más: Cuando mi padre se iba al trabajo yo creía que le bastaba con traspasar la puerta para entrar al otro lugar, como si fuera una suerte de tele transporte. Era una teoría que había construido de ver abrir los armarios, sacar algo y volverlo a cerrar: siempre sacaban algo distinto y en ocasiones ¡metían una cosa y sacaban otra! Había algo de magia ahí! Como el caso del inodoro, que al año de haber llegado, y durante gran parte de mi infancia, me fascinaba porque uno tiraba cosas, bajaba la tapa, apretaba el botón y al rato ¡ya no estaba! Si dejé los pañales fue exactamente por eso, porque no tenían nada de extraordinario, lo que uno dejaba, allí quedaba, más en ese entonces que eran de tela.

Otra cosa que me lsorprendía eran las viejas. Como las primeras personas adultas que yo había visto tenían todos los dientes (o a lo sumo un barbijo), me llamaban la atención esas mujeres mayores que tenían la boca igual que yo, no podía ser… Incluso recuerdo a una señora de una casa de galletitas, que me caía muy bien porque solo tenía los dientes de adelante como Buggs Bunny. Yo la saludaba y me reía y la pobre mujer se emocionaba porque nadie la saludaba, y porque nadie le entraba a comprar. También me sorprendían porque todas me decían las mismas cosas: “Angelito de Dios” “Parece el Niño Dios”, “Qué Angelito!” En fin…

Sin embargo, si tengo que elegir una cosa que me subyugaba en esos días era la diversidad. En la nurserie, éramos todos muy parecidos (salvo el caso de uno que tenía pelos en la cara) y me resultaba increíble que los adultos fueran todos tan distintos. Por eso me gustaba más viajar en colectivo que en el coche. Viajar en bondi era comparable a lo que más tarde significó ir al zoológico. Había miles de caras, que subían y bajaban. El mundo se me revelaba como un lugar lleno de seres extraordinarios, los había muy gordos y muy flacos, gente con cara cómica y gente con cara de Calabró. Señores con unos pelos terribles entre la nariz y la boca. Ojos negros, claros, había africanos, también gente que reía y tenía los dientes amarillos, caras feas que luego aparecían en sueños y me hacían despertar en la madrugada…

Es mentira que los bebés hablan entre ellos, en realidad con los otros bebés nunca te entendés. Por eso cuando sos un recién nacido ni hablás con tus colegas… es que cuando uno nace, como antes decía, nace sin inhibiciones ni preconceptos, y no le interesa pasar por cortado. Aparte tampoco conoces la incomodidad de los ascensores, lo cual es una ventaja… Esa idea que impusieron los de “Mira quién habla”, es una patraña, cuando venís al mundo venís con lo puesto, y decís lo primero que se te ocurre. Con el tiempo más o menos vas armándote un idioma que luego reemplazas por el que hablan tus viejos solo porque te hartas de que no te entiendan. Porque te das cuenta que el día de mañana cuando quieras pedir una pizza te van a traer cualquier cosa menos lo que vos queres. Porque pedir una mamadera y que te traigan un oso de peluche es algo, la verdad, terriblemente frustrante.


Permiso...