miércoles, septiembre 12, 2007

La Guerra del Perro... Capìtulo 3

“Siempre me atrajo la hoja en blanco

Igual que los atardeceres y las ventanas”

Rulfo se quedó mirando los versos que flotaban en la hoja: todo esto del perro lo tenía casi exaltado. De pronto sentía que la musa tuerta y de rimas gastadas que, por las noches de su juventud soplábale versos para las compañeras del partido, había vuelto. Él, quizá con el mismo delirio que le vendía al Quijote una vieja por una Dulcinea del Tobozo, veía cantos sublimes en sus poesías cachuzas y mediocres, más propias de la prosapia de los que se hacen llamar “poetas de Buenos Aires” y se pintan el bigote, que de un verdadero Machado.

En los años de su Juventud, lo que pagaba era caminar por la calle con cara de soñador, con un libro de algún poeta bajo el brazo o leyéndolo. El llevaba siempre un Neruda, Paco Urondo no, porque era Monto y menos que menos Gelman, porque a decir verdad no le entendía un carajo... igual que a Urondo.

Rulfo no era precisamente un combativo; nuestro Hombre era alguien que había recalado en el partido por lo mismo que muchos camaleones como él: había buenas minas. Y él, con su facilidad de palabra, se había aprendido muy bien el discurso, decía lo que quedaba bien, y así encandilaba a las muchachitas nuevas que caían embelesadas por su discurso de Che de Remera. Pero ojo, no solo estaba por el levante, sino también por moda, el discurso de izquierda quedaba bien y “revolución social” era una marca con más pego que Levi’s. Él era uno de esos que abundan en toda época: adhería a esos bellos follajes solamente por el color de las hojas, por eso, ni bien arreció el otoño, hizo mutis por el foro y no vaciló en cambiar de rama.

Esa noche cuando se acostó, recordó a su fitito descapotable, y a Glenda, a Carmen, a Mirna (esa q ahora era diputada) y a cada una de las compañeras del partido que habían pasado por el asiento de atrás de ese coche. Entonces, mirando luego a su perro (que seguía desmayado) y luego a la constelación de hongos del techo de su cuarto, dijo “Venceremos”, y se quedó dormido, dejando al televisor monologando un Manchester City – Old Trafford del día anterior.

Eran las diez de la mañana, cuando volvió a llamar a la señora pidiéndole imperativamente que aceptara a Chicho (Trotskyto). Como Pedro, la señora negó tres veces, solo que en otro horario y dos mil siete años después. A través del tamiz del teléfono, su voz le resultó idéntica a la de su madre y su desprecio, multiplicado por mil. Le dolía ese margen al que la vida lo relegaba siempre, lo torturaba sentir ese desprecio materno manando de cada boca de mujer que había pasado por su vida. Su madre había muerto antes de que él pudiera decirle nada, todas sus tías (inclusive Nené) habían muerto sin regalarle unas palabras de redención, y lo que es peor: sin darle chances de vengarse, y sin herencia. Pero esto no era una cuestión de plata ya, poco importaba la casi diaria interpelación de las acreencias: a través de la vieja, creía poder hacerse de la justicia que su corazón reclamaba.

“Raquel ¿me acompañás mañana a llevar un perro de la calle a su dueña?. Rulfo empezaba a mover sus fichas y esta vieja, prima suya, que vendía La Solidaria en una esquina de Belgrano y que participaba en algo parecido a MAPA, le pareció un peón torre rey.

“Sí, claro” y en la voz se notaba la tácita pregunta “¿por qué hace falta que vaya yo?”

“Mirá Raquel,, ando con una bronca. ¿Sabés? el otro día vi como una señora echaba a la calle a su perrito... lo llevé conmigo para curarlo y ahora la dueña –se cuidó de no decir vieja- no me lo acepta porque dice que no es si perro... ¿Sabés lo que debe ser para el pobre animalito esta situación? Denigrante Raquel, denigrante, ya no se donde vamos a parar. Si viera las fiestas que el perro le hacía a la mujer! ¡el brillo de esos ojitos! Estamos todos locos?No se què hacer... Es la segunda vez que voy, necesito que me acompañes para que recapacite, me insulta, me dice que me va a denunciar, me cierra la puerta en la cara”.

Eso le tocó la moral a la mujer, le extrañaba que su primo (que siempre le había parecido un inmaduro) ahora sintiera tanta desdicha por un perro de la calle... Sin embargo, algo había echo que él también sintiera ese apostolado canil, esa opción por los pobres (animales) y mirando el San Cayetano de plástico sobre la heladera se dijo que lo iba a ayudar

“¿Cómo que te insulta?, le preguntó.

Rulfo interiormente supo que había picado y reforzó su dialéctica con malevolencia: “Me dice que soy un belinun (en realidad me dice más fuerte, pero me da pudor prima) igual que todos los que nos dedicamos a cuidar a los animales... Dice que somos unos inoperantes, que nos interesamos en los animales porque no sabemos ganarnos el afecto de la gente...” Había veneno en esas palabras: Rulfo estaba haciéndole decir a su adversaria las cosas que realmente él pensaba de su prima y que nunca le había dicho. “Yo necesito que me acompañes, pero a hablar con ella, no a llevarle al perrito... No se si pueda aguantarlo pobre animalito, lo tengo en una veterinaria, un dálmata precioso, mirá...

“Dalo por hecho, voy a ir con Araceli, la señora de las polainas”

Total que se pasaron los datos y al día siguiente estaban Rulfo, Raquel, Araceli y una señora con un saco verde tejido con flores rojas, que nadie sabía como se llamaba pero que era de la asociación. “Vos dejanos a nosotras, primo, esta señora quizá se guíe por tu aspecto, pero no ve tu corazón” le dijo mientras tocaba el timbre.

Abrió la puerta la anciana y Raquel, acomodando la carpeta de cartón que siempre llevaba se apresuró a hablar:

“Señora, tenemos que hablar con usted, somos de una asociación de defensa de los animales y un gran amigo nuestro tiene a su perro, pero dice que usted no se lo quiere aceptar”

“No, por Dios, no me diga que el vago ese las mandó, pretendía darme un perro que no era el mío”

“Perdón pero el perro que él tiene es el suyo”

La dueña de casa hizo un ademán de violencia, evidentemente tenía poca paciencia: “No señora, usted no va a venir a decirme lo que vi, decir que esa rata era mi perro, sería como decir que usted es Brigitte Bardott porque cuida animales, no tiene sentido”

“Señora, yo no seré Brigitte Bardott, y entiendo que estaría muy cambiado, pero decir que ese perro no es su perro es tan disparatado como decir que usted es Dante Caputto por los bigotes que tiene”

Estocada terrible. Rulfo escuchaba y se deleitaba, sabía que una discusión entre mujeres una vez empezada no tenía final, podía tener intervalos pero nunca jamás terminaría, ni siquiera con la muerte de una de las partes. La vieja cerró la puerta y volvió con un porta retratos de su perro dálmata...
"Mire, señora, este es Chicho", remarcó lo de Chicho y agregó irónicamente con ampulosos gestos de los brazos: "un dálmata: grande, blanco, con manchas negras y hocico alargado, mmm? El señor me trajo un perro de la calle todo sucio, sarnoso, con las patas chuecas y cortas, con canas en el hocico y y los dientes de abajo salidos para afuera... Dígame usted como se sentiría si se le pierde un ovejero y un idiota se empecina en devolverle un perro salchicha!

La señora de las polainas tratando de intervenir dijo con su acento madrileño:

“Señora, no me va a decir que en su fuero íntimo, en su psicología más interna usted no siente remordimientos”

“No, porque la ociosidad es la madre de todas las psicologías” respondió citando a Nietzche la dueña, y se hizo un silencio, un rato largo.

“Usted se hace la digna señora y seguro que es una puta” sentenció la señora de saquito verde, sorpresivamente, rompiendo la veda. Detrás de sus anteojos culo de botella se adivinaba una mirada de fiereza. Fue como un balde de agua fría, para las otras dos activistas, incluso Rulfo tuvo que hacer esfuerzos para no reirse... Interiormente se restregaba las manos y se volvía a asegurar que esa guerra no tendría Conferencia de Yalta ni Bomba de Hiroshima.

“Miren digan lo que quieran, ratas crueles, pero ese no es mi Chicho”, dijo y le tembló la voz. Cerró dando un portazo. “Váyanse, a la puta que los parió o llamo a la policía”, agregó desde dentro.

“Señora esto no termina acá, usted tiene el DEBER de aceptar a ese pobre animalito de Dios, ya va a tener noticias nuestras, llame a quien llame” dijo Raquel que, sin dejar pasar un minuto empezó a llamar amigas y a gesticular y a sonreír y a levantar los puños. Algo estaba organizando.

Tres horas después, veinte viejas batían pequeños carteles de cartulina y gritaban consignas a favor de la aceptación de Chicho. Rulfo no lo podía creer, era un conato de pullóveres chillones, medias de colores y zapatillas de abrigo. Por momentos temía que el asunto se estuviera yendo de sus manos y se arrepentía de haberla llamado a su prima. “Vos dejame a mí” era toda la respuesta que recibía. Sentía que estaba perdiendo protagonismo, ninguna de las manifestantes le respondían y también creía ver en ellas ese desprecio maternal, incluso en su prima. Aunque ese estar de las cosas también le daba margen de escapar si la cosa se ponía fea... Tenía que hacer algo urgente, la policía había caído dos veces a advertir y era muy probable que volviera a caer... Los vecinos se acercaban y hablaban con Raquel, no con él, y esta era su venganza, la que había soñado tanto tiempo. Un poco contrariado se fue a sentar en un banco de la plaza de enfrente.

Al promediar la tarde, ya había todo una protesta de lo más variopinta, incluso los muchachos de un partido de izquierda de ahí a la vuelta agitaban una bandera del Che y un cartel que decía "Fuera Bush" que se mezclaban con un grabador ignoto que trinaba canciones de Gilda.

“NO PIENSO ACEPTAR AL PERRO VÁYANSE DE MI VEREDA VIEJAS DE MIERDA!!!” , se escuchó gritar desde una de las ventanas y un huevo surcó el espacio aéreo de la protesta, cayendo muy cerca de la señora de verde. Pronto toda una suerte de proyectiles se avalanzó sobre la ventana desde donde parecía venir la voz, incluso un corpiño enorme que quedó colgando de un árbol.

“¡¡¡¡NO TENÉS MADRE, BIGOTUDA!!!!” gritó la masa. Habían pasado ya más de seis horas de protesta y tenía que hacer algo, cada vez más vecinos y curiosos se acercaban ante tanta maroma y hablaban con Raquel. Desde su lugar en la plaza de enfrente a Rulfo todo le parecía una manifestación por el cumpleaños de Sandro, y esa vereda de lo más rancio de Villa Devoto, de pronto era Banfield... Sin embargo Rulfo no era el Gitano, sino un ignoto marido. De pronto, Raquel gritó:

“SI NO ACEPTÁS A TU PERRO ME ENCADENO A ESTE POSTE!!!!”

Rulfo se paró para ver mejor. No supo como aparecieron las cadenas, pero ahí estaban, dos mujeres enroscaron los eslabones al poste. Todas la aplaudían, un rato después volvía la policía intentando desencadenarla y deshacer la protesta, pero las mujeres formaron cuadro. Los chicos del partido de izquierda y una agrupación piquetera que había llegado hacía instantes aprovecharon para tener su octubre rojo, a pesar de que no entendían bien las razones por las que peleaban y se armó una batahola de forcejeos y palazos. Los policías tuvieron que resignarse a formar un cordón alrededor de la manifestación debido al repudio de los vecinos que veían una injusta batalla con reminiscencias a las protestas de los jubilados en los noventa. Cuando se hicieron las siete y media de la tarde varios medios habían caído a la escena.

Pasaron varias horas más, al caer la noche dos fogatas en las esquinas refulgían en los adoquines colorados de la calle. En la plaza de enfrente Rulfo observaba todo con las manos en los bolsillos y gesto de frustración. Era un mero observador, la cosa se había aliviado un poco, la mayoría de la gente se había dispersado, salvo el nucleo duro de la protesta. Alguien habia escrito con aerosol "libertad a Cacho Bonetti, luchador social" en la vereda de la vieja. Seguían cayendo curiosos y un móvil de Crónica documentaba todo.

Entre tanta cosa apareció una mujer de trajecito celeste y medias de red blancas, era Mirna, ex compañera suya en el partido y actual diputada de la ciudad. Era mejor que no lo viera: en su momento él la había dejado por otras dos camaradas que estaban mucho mejor. El banco de la plaza estaba tornándose incómodo y se acomodó un poco; la vio hablar con Raquel airadamente mientras asentía con la cabeza. Su prima lo buscaba con la mirada. Entonces Rulfo se levantó y empezó a caminar hacia el coche, se había olvidado de Trotskyto que había quedado inconciente en el asiento trasero. Cuando estaba a media cuadra se paró para ver todo de lejos, era mejor no encontrarse con Mirna. Se lamentó por como había resultado todo, "era buena plata" se dijo, dio media vuelta y se fue caminado despacio rumbo al Dacia.


Fin