jueves, abril 26, 2007

Pequeña historia con moraleja

Un hombre sufre un extraño problema: tiene mucho cabello, pero su pelo es invisible y está convencido de que teñirse es cosa de maricones.

Terrible situación la de este hombre harto preocupado por el que dirán. El con pelo no visible y la gente que lo llama cínicamente “pelado” o "Yul Brinner" y le regalan fijador.

El sufre y levanta sus brazos mirando el cielo. Profunda tristeza del hombre; toma sus cabellos como si tomara puntas en el aire y dice “si hasta tengo rulos”. Nadie entiende.



Moraleja
: El vulgo juzga siempre por lo que ve, no por lo que uno oculta. Eso a veces es bueno y otras muy malo.

Consigna: ¿Qué moraleja dejaría esta historia?

PD: Mientras tanto pueden leer de este que les escribe la nota que publicó en el blog de Lalo Mir haciendo click acá

miércoles, abril 18, 2007

Biografía de un Intolerante

Romualdo Arteaga Cejas, llamado “El escritor Maldito de Villa Lugano” y también “El Hugo Wast del Sur Porteño” nació en 1921 en Mataderos. Su padre era carnicero y su madre no. Ya de muy niño, intercalado con los juegos propios de un infante, Cejas comenzó su carrera literaria: escribía insultos con crayón y luego escapaba corriendo de la alpargata de su abuelo o del gancho de su padre.

El clima hostil de su casa de infancia, influyó notablemente en su obra, hasta tal punto que su primer novela se intitula “Tarado de Mierda” y trata sobre un niño que insiste en escribir las paredes con crayón y es perseguido por su Abuelo. Muchos críticos creen ver en esta obra una velada crítica a la censura de la clase burguesa hacia la juventud, otros, lisa y llanamente, una obra autobiográfica. Tocante a su niñez citemos también el amargo relato auto referencial: “Los bigotes de mi madre”.

También en aquella época, los escritores muchas veces se veían obligados abordar trabajos literarios por encargo. Así fue como Arteaga incursionó en el relato infantil y como letrista de vidrieras. De su relación con la literatura para niños, se destacan varios de los cuentos que escribió para la colección “El Pastorcito a cuerda”, todos (desde ya) con su impronta frontal: “Petisito y Boludón”; “El patito idiota” y “Toñito el bolastristes” son algunos ejemplos. De esta época sin embargo, debemos destacar la censura que sufrió con “La Rata Guacha y la Puta”, que trataba sobre un roedor que vivía bajo un prostíbulo. El texto fue modificado sin aviso por la editora, saliendo a la calle como “La Rata Gaucha y la Fruta con el argumento de una rata de Saliqueló que pone una verdulería. Ante esta afrenta Arteaga reniega de la literatura infantil y se dedica a los ensayos, todos cercanos al racismo.

Aunque muchos sostienen que la ideología cercana al nacional socialismo de nuestro escritor fue motivada por la lectura de Heidegger y de Helmutt Webstuff, otros sostienen que fue debido a un club de “cabecitas” que se instaló en el terreno de junto a su propiedad. Así podrían entenderse los desbocados matices intolerantes en su prosa reflexiva como los exhibidos en textos como el ensayo breve “Relación entre los negros y las cáscaras de mandarina” la proclama “Estamos invadidos” y el fatal “Los sánguches de chorizo y la causa peronista”, que junto con su ataque a una Unidad Básica motivó su exhilio a Canelones, Uruguay en 1950, muy a pesar de ciertas simpatías doctrinarias similares entre Perón y Arteaga.

Cuando la llamada “Revolución Libertadora”, Arteaga Cejas regresa a la Argentina, pero no por el fin de su Prohibición, sino porque el alcalde de Canelones lo declara “Ciudadano no grato” debido a su teoría de que los uruguayos eran como los argentinos pero más atrasados. Ya en Buenos Aires se retira a su quinta en Villa Lugano donde retorna a su escritura frontal y directa. Aunque un poco más descarnada.

Es sabroso observar la reacción de un personaje como Arteaga frente a toda la ola de cambios culturales que se imponen durante la década del 60. Durante esa época es que publica su famoso pasquín semanal “Será posible?” con el que agita los aires barriales con columnas de grueso tenor. Citamos como ejemplos: “El pelo corto es cosa de hombres, el pelo largo, de mujeres o de putos”; “Tener un inquilino cabecita es un castigo de Dios”; la famosa “Las pendejas se visten como prostitutas” y la que desencadenó un conato de rebelión en las calles cercanas a la estación de Lugano: “Los hippies son un foco infeccioso”; Allí azuza los ánimos de ancianas del lugar, que terminan conformando la “Brigada Arteaga” que atacaba a los grupitos hippies usando jabones “Espadol” como proyectiles. Alrededor de 1967 Arteaga fue demandado debido a su nota: “hay que matar a Palito Ortega y a los Beatles”

Arteaga murió en 1968, algunos dicen que de un ataque al corazón, otros que del disgusto al descubrir que su hija Eva (por la hermana de Franco) salía con un comunista de Barracas.

Más allá de lo que pueda pensarse sobre la deleznable ideología del artista, es necesario recordar a Marcel Proust y separar el yo creador y el yo de todos los días en el artista. Si hacemos esta separación en el caso de Arteaga Cejs no nos queda nada, entonces, ¿para qué seguir?

lunes, abril 09, 2007

Propiedad Privada

Gutiérrez, siempre de corbata y camisa a rayas, trabaja -hace años- en una empresa donde, debido a nebulosos robos, han decidido emplazar dos guardas provistos por una empresa de seguridad privada, en la recepción del edificio.

En un principio los guardias se ocupan de pedir credenciales a la entrada, cosa que a nuestro oficinista le resulta razonable y ético. Pasado un tiempo (y sin que medien nuevos hurtos) las directivas cambian y la empresa exigen que los empleados sean palpados de armas. El calmo empleado no siente problemas en que esto pase, en definitiva él no lleva armas, así que qué problema puede haber.

Van pasando el tiempo y la rutina tiñendo de maquinalidad los rituales de la recepción. Un día como cualquiera, le exigen ver el interior de los bolsos a la finalización de la jornada laboral y un tiempo después a la entrada también. Gutierrez colige que esto es algo positivo, él no lleva nada vergonzoso y además no roba, así que no le molesta mostrar el interior de su portafolio.

A los dos años, ya no solo se revisa el interior de los bártulos, sino que los guardas embargan cosas alegando que pertenecen a la empresa. Nuestro protagonista, empleado gris y anónimo, admite secretamente que es un exceso, pero no quiere perder el trabajo, ni que lo tilden de comunista y por más que lo maltraten y le descuenten del sueldo robos dudosos, es trabajo y las cosas no están para hacerse el loco porque, en definitiva, es una locura reclamar.

Cada vez La Empresa se queda con más cosas, los anteojos, los pañuelos, la lapicera de oro (que permaneció setenta años en su familia), los cigarrillos y las pastillas de la presión. Los cheques, la calculadora, el anotador, el almanaque en su billetera, las fotos de los hijos, la camisa a rayas. Todo es material presunto de la empresa. Hasta que un día le confiscan el portafolio y otro, sin mediar aviso ni discurso, se quedan redondamente con Gutiérrez.

El Noi